lunes, 1 de enero de 2018
CAPITULO 8
Paula no se dio cuenta de nada. Después de la forma en que Pedro la había besado, ella no tenía ojos para nadie más.
Casi todos los invitados se encontraban en el gran salón.
Había confeti por todos lados, en el suelo y en el pelo de los invitados.
También se habían puesto gorritos de fiesta, y casi todo el mundo tocaba incansablemente una pequeña corneta de plástico.
Ellos eran los únicos sin gorrito. Alguien inquirió:
—¿No estabais aquí cuando repartimos los gorritos?
—Lo que pasa es que no había bastantes.
—Ahí hay muchos más —dijo el hombre señalando una mesa.
Pero Leonel se adelantó. Se acercó a ellos y les dio sus gorritos.
—No sabía que la hoja de parra de Adán del cuadro que tienes en la biblioteca se mueve —comentó Pedro.
—¿Así que la has levantado? —preguntó Leonel divertido.
—Paula lo hizo.
—Qué vergüenza.
—¿Qué hay debajo? —insistió Pedro.
—¿Es que no lo has visto?
—No, estaba distraído.
—¿Así que erais vosotros los que estabais encerrados en la biblioteca?
—¿Estaba cerrada la puerta con llave? —inquirió Paula con inocencia.
—No, debía estar atascada —repuso Pedro.
Leonel soltó una carcajada.
—¿Has visto a Claudio? —preguntó Pedro a Leonel para cambiar de tema.
—No. ¿Está aquí? —Leonel dijo en voz alta—: ¡Caballeros, será mejor que cuiden a sus mujeres, Claudio Terrel está al acecho!
—Se encuentra en el salón central —le informó Pedro
—Charlie debe estar buscándome. Yo mismo iré a buscar a Claudio. Por favor, si ves a Charlie, dile que me has visto.
—Muy bien.
Pedro cogió a Paula del brazo y se dispuso a buscar a Charlie, el capataz de Leonel. Lo encontró detrás de la barra del bar, mirando las etiquetas de varias botellas.
—Dime, ¿cómo creías que ibas a encontrar a Leonel aquí? —preguntó Pedro con seriedad.
Charlie ni siquiera se volvió a mirarlo, y respondió con calma:
—Mira, hay un frente del norte ahí afuera, tal vez tengamos que quedarnos aquí durante un par de días… y noches… No hay prisa.
—Bueno, he hablado con Leonel y se encuentra con Claudio.
—Está interfiriendo en mi trabajo.
—Claudio se hubiera aburrido esperándote en el pasillo.
—Cada uno debe hacer su trabajo —insistió Charlie y mirando a Paula, inquirió—: ¡Vaya, hola, preciosa! ¿Juegas al poker?
—No —se apresuró a decir Pedro, y cubrió a Paula con su chaqueta. La chaqueta tapaba el vestido. Parecía que únicamente llevaba puesta la chaqueta. En fin, la joven pensó que no podía ni debía protestar.
Leonel y Claudio regresaron al salón principal. Claudio miraba a las mujeres como un depredador. Se acercaron al bar y Claudio inmediatamente se dirigió hacia Paula.
—Reconocería esas piernas donde fuera. ¿Qué ha pasado con ese vestido pecaminoso?
—¿Pecaminoso? —repitió ella con sorpresa.
—Sí.
—Espero que te ases con la chaqueta que llevas puesta —le espetó Paula
—Hablando de chaquetas. ¿Cómo es que llevas la de Pedro?
—No lo sé. Charlie me preguntó si jugaba al poker, y Pedro me cubrió inmediatamente con su chaqueta.
—Y… ¿juegas? —preguntó Claudio con ironía.
—¿Cómo? —inquirió ella sin entender.
—No —respondió por segunda vez Pedro.
—¿Te conozco? —Claudio se dirigió a Pedro.
—Es un extraterrestre —respondió Paula esa vez.
—¡Yo también soy un extraterrestre! —repuso Claudio sonriendo.
—¿De dónde vienes?
—De donde quieras.
—¡Ya es suficiente, Claudio! —explotó Pedro.
—Tienes que comprender que Charlie y yo vamos a tener que salir a enfrentarnos a la tormenta. ¿En qué quieres que pensemos?
—En ella no, desde luego.
Claudio hizo un gesto de inocencia y repuso:
—Vamos, ¿creías que me refería a ella? De ningún modo, me refería a un par de botellas de buen vino para darle la bienvenida al año nuevo.
—No —lo interrumpió Leonel—. Si bebéis demasiado, os tendremos que sacar congelados.
—Bueno —repuso Claudio—. ¿Y si ella nos acompaña y nos mantiene despiertos? Podríamos jugar a las cartas.
—¿Por qué tenéis que salir con este tiempo tan malo? —inquirió ella.
—No estaremos lejos. Estaremos en los alrededores. Mira, hay mucho ganado ahí afuera, con este clima, se asustan y empiezan a correr sin dirección, se pierden o caen en grietas.
—No llevaréis alcohol —dijo Leonel con decisión.
—Sólo estoy apartando estas botellas para cuando mejoren el tiempo y podamos bebérnoslas —explicó Charlie con calma—. Es justo que también disfrutemos de una buena bebida ya que no estaremos en la fiesta.
—¡Ya he apartado lo vuestro! Lo de siempre.
—¿Qué? —repuso Charlie sorprendido—. ¿Sabes?, nuestras papilas se están sofisticando.
—Sí, nuestros gustos están cambiando —aseguró Claudio.
—¿Siempre son así? —preguntó Paula.
—Sí —respondió Leonel—. Ésa es la razón por la que no les permito estar en la fiesta. Se toman muchas confianzas, ni siquiera atienden a los invitados.
En ese momento, un par de mujeres se acercaron y se dirigieron a ellos.
—¿Por qué habéis desaparecido?
—Leonel nos obligó —respondieron.
—¿Es verdad, Leonel?—inquirieron las mujeres.
—La pura verdad.
—¡Qué vergüenza! ¿Cómo les has pedido hacer eso a estos caballeros?
—Fácilmente.
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CAPITULO FINAL
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