lunes, 1 de enero de 2018
CAPITULO 23
Pedro se limpió los labios con la servilleta al mismo tiempo que se ponía de pie.
—Discúlpame, Paula —y dirigiéndose a Leonel, añadió—: ¿Dónde está?
—En la otra habitación —respondió Leonel estudiando a Pedro con seriedad.
Pedro salió.
Paula permaneció sentada, estaba muy sorprendida.
Levantó la vista y se encontró con la mirada de Leonel.
Él la observaba con seriedad.
Ella también se limpió los labios con la servilleta y después, dejándola a un lado, dijo:
—Creo que, después de todo, montaré al pinto.
—No hay necesidad.
—No te estoy pidiendo permiso. Lo voy a hacer. ¿Podrías ocuparte de que lo ensillen?
Paula dijo esas últimas palabras como si se tratara de una amenaza, como si estuviera furiosa con él. Leonel dijo con calma.
—Yo no la he invitado. Llegó de improviso.
—¿Cuándo?
—Ayer por la noche. Vino a ver a Pedro, pero él no estaba en su habitación.
Paula miró a Leonel y repuso con toda naturalidad:
—Debía estar fuera en ese momento.
Leonel asintió con la cabeza, como si la hubiera creído, pero en realidad sólo parecía aceptar lo que ella había dicho.
Paula no dijo nada. Después de sacar a Pedro de su vida, se propuso sacar a Leonel, por lo menos, de la habitación.
—Iré a cambiarme. Asegúrate de que el pinto esté preparado.
—Como quieras —respondió él con gesto de preocupación.
Ella lo miró con furia al pasar a su lado y se dirigió a su habitación.
Pero Leonel la siguió y le dijo:
—Pedro tampoco la invitó.
—No, pero se ha ido con ella en cuanto ha podido.
—Él es un caballero. Ella es una vieja conocida. Estoy seguro de que tal vez desea saber si tiene algún problema.
—¡Vamos, existen los teléfonos!
—Ella lo había llamado, pero como estaba puesto el contestador automático, vino especialmente a buscarlo. Me preguntó a mí.
—Y tú le dijiste que estaba aquí.
—«En algún lugar por aquí», fueron las palabras exactas que usé.
Paula se detuvo y se dio la vuelta para mirar a Leonel. Él hizo lo mismo. No estaba bromeando, estaba bastante serio.
—¿Es que no le pudiste decir que no estaba aquí?
—Ella lo hubiera encontrado tarde o temprano. ¿No crees que es mejor afrontarlo ahora?
—Tal vez si hubiera sido más tarde, Pedro ya hubiera sentido algo más fuerte por mí.
—O tal vez no.
—Ocúpate de que preparen al pinto —después de decir eso, Paula se dio la vuelta.
—Paula —repuso Leonel cogiéndola del brazo—. No tuve otra opción, el coche de Pedro estaba a la vista. Tarde o temprano ella hubiera averiguado dónde se encontraba.
—Ella lo utilizó.
—Todos saben eso, excepto Pedro.
—¡Esa bruja!
—Es verdad. Pero Lucila tiene otras facetas.
—¿De verdad?
—Vamos, debes intentar ser razonable.
—¡Llevo enamorada de Pedro casi dos años!
—¡Vamos, sólo te sentías atraída por él, pero sabías que él tenía otra mujer! ¿No crees que se trató más bien de un sueño?
—Sí, él lo es.
—¿En tan poco tiempo?
—Todo el tiempo —respondió ella con seguridad—. Él es el hombre que deseo.
—¿Y si ella es la mujer que él desea?
Las lágrimas se empezaban a agolpar en sus ojos, entonces dijo:
—Cambiaré.
—¿Estás segura?
—¿Sí!
—Paula, si ese caballo te tira y te rompes el cuello, puedo asegurarte que Pedro me romperá el cuello a mí.
—Ése es tu problema.
—¡Vaya, siempre me ha parecido que eras una niña caprichosa, y ahora lo puedo confirmar!
—Soy una mujer.
—Ya lo había notado. Y si Pedro es lo bastante estúpido como para volver con Lucila, ¿me darías una oportunidad?
—No.
—Eres igual que tus hermanas.
Ella fue hacia la puerta para subir a su habitación.
Leonel se quedó un momento mirándola con cierta melancolía, después se dirigió al establo a pedirle a Patricio que preparara el caballo.
Leonel miró cómo lo hacía. Ni siquiera Patricio, que conocía bien al caballo, se atrevía a montarlo. El caballo estaba siempre alerta y parecía estar diciéndole que prefería estar libre que con la molesta silla de montar en el lomo.
Leonel no deseaba que el pinto estuviera muy inquieto cuando Paula lo montara, por eso le pidió a Patricio que lo paseara un rato, el muchacho obedeció
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CAPITULO FINAL
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