lunes, 1 de enero de 2018

CAPITULO 21




Ella se recostó de nuevo. Se sentía feliz. Miró el cuerpo masculino a su lado, inerte. ¡Vaya! ¿Así que ésa era la energía sexual? ¡Parecía mucho más efectiva que cualquier clase de gimnasia! ¡Y pensar que ella conocía a Pedro desde hacía dos años, era verdad, secretamente lo conocía, y todo el tiempo había sabido que Priscila no era la mujer adecuada para él!


Ella lo había estado observando y había escuchado los comentarios que otras personas más cercanas a él hacían. 


Ella se había preocupado tanto, sabiendo que Priscila no era mujer para él, y que, tarde o temprano, resultaría herido. 


Pero, por fortuna, ella había tenido la oportunidad de acercarse a él. Sí, y no la había desperdiciado, había sido ella quien lo había seguido hasta la biblioteca, ella, la que había entrado fingiendo no saber que él se encontraba allí, y había cerrado la puerta. Sí, ella lo había seducido, dándole a entender que estaba dispuesta a hacer lo que fuera para estar a su lado.


Y ahora, Pedro se encontraba en su cama. Desnudo y totalmente exhausto y satisfecho sexualmente.


Ella estaba deseosa.


Y era normal, había esperado tanto ese momento, pero sabría esperar. Apagó la luz de la lámpara y se dispuso a dormir al lado del hombre que deseaba y amaba. ¿Lo amaba de verdad?, sí, así lo creía. Los sueños que llenaron la cabeza de Paula esa noche fueron eróticos.


Pedro se despertó. Aún estaba oscuro. No estaba solo, a su lado, podía sentir la tibieza y la suavidad del cuerpo femenino, Paula. No le había pedido que se marchara, ni tampoco se había marchado ella.


—Lo… lo siento —dijo él apenado cuando ella abrió los ojos.


—Bueno… yo también estaba cansada.


—Quiero decir que siento mucho no haber vuelto a mi habitación.


—Dudo mucho que se hayan dado cuenta de dónde has dormido.


—Bueno, como tú no querías que se dieran cuenta de que estábamos en la misma habitación.


—¿Por qué no?


—¿No te molesta que me haya quedado aquí?


—No, al contrario, me alegro de que te hayas quedado. ¿Acaso no dijiste que querías quedarte para calentarme?


—¡Claro, a mí me encanta! ¡Es maravilloso abrir los ojos y encontrarte a mi lado! Es como un sueño.


—¡Vamos, no creo que sea como un sueño! Has dormido con Priscila antes.


—¡Oh, no, nunca dormimos juntos! Ella no…


—Basta, no me interesan tus hábitos íntimos con ella. Estoy celosa.


Él la abrazó y la estrechó contra sí, después, acariciándole el pelo, le dijo:
—Paula, tú eres muy distinta a ella. No debes estar celosa. Tú eres muy especial. Ella no puede competir contigo, tú eres toda alegría, sonrisas y dulzura. Ella ni siquiera te llega a los talones. Además, tú irradias inocencia.


—¿Inocencia? ¿hablas en serio?


—Bueno, aún no te he pervertido.


—Sí, ya lo has hecho.


—¿Por una pequeña invasión? ¡Vamos, eso no es nada! Aún no te he hecho el amor, ¿puedo hacerlo ahora?


—Suena como si desearas hacer un experimento científico.


—¡Vamos, Paula, no seas irónica!


—No sé si será ironía —respondió ella con una risita.


Mirándolo a los ojos, le acarició el pelo durante un momento, su cuerpo se encontraba sólo a unos centímetros de él. Se acercó más abriendo las piernas para recibirlo. Él la besó y ella sintió que se derretía.


Él murmuró algo y trató de poseerla, ella gimió y Pedro lo hizo también. Sus gemidos realmente lo incendiaban.


Pero él parecía titubear. Sin importarle, ella cubrió la cadera de Pedro con su rodilla y se atrevió a llegar un poco más allá. Pero él la abrazó con ternura y le murmuró al oído:
—Tengo que lavarme. Volveré enseguida —se levantó y se dirigió hacia el baño.


Paula permaneció en la cama. Se preguntaba si todas las seducciones tenían algo de frustrante. Pensó en levantarse y esconderse, sólo para ver si él estaba lo suficientemente interesado en ella como para buscarla.


Pero comprendió que eso sería muy infantil. Lo que se le hacía bastante raro era el hecho de que no hubiera dormido con Priscila. ¿Acaso roncaba estruendosamente o qué?


Miró alrededor de la habitación. Una tenue luz se filtraba a través de las cortinas. Se sentía impaciente. La habitación era bastante grande y sin Pedro, lo era aún más. No era así como ella había pensado que sería su primera vez.


Oyó que se abría la puerta del baño y se quedó quieta. Él entró en silencio y aseguró la puerta. Se acercó a la cama, pero permaneció allí, en lugar de meterse. Entonces ella se dio cuenta de cómo se sentía, como un intruso.


—¿Pedro?


Ella levantó las mantas y lo invitó a hacerle compañía. Oyó un suspiro. ¿Acaso le sorprendía que lo recibiera de ese modo?


Pedro se metió en la cama como si se tratase de un perro castigado que sabe que no debe estar en el mismo lugar que su amo. Se sentía minimizado.


Ella estaba muy sorprendida, ¿por qué reaccionaba así? ¿Acaso no habían compartido algo muy íntimo?


—No estaba segura de que volverías —dijo por fin Paula.


—¡Oh, Paula! —murmuró él.


Ella lo abrazó y comentó:
—No puedo creer que hayas ido al baño con este frío y regreses todavía caliente. Debes tener tu propia calefacción interna.


—Pensé que tal vez cerrarías con llave mientras me esperabas.


—¿Por qué habría de hacerlo si intento seducirte?


—¿Intentas… qué?


—Bueno, ya te he dejado descansar durante algún tiempo. Creo que estoy en mi derecho de tratar de hacerlo. ¿No?


—¿De verdad me deseas?


—¿Qué hace falta para que te convenzas de que es así? ¿Es que eres de piedra?


—Es sólo que no puedo ere…


Paula lo silenció con un beso.


Él se sorprendió. Apretó los labios femeninos con fuerza mientras la abrazaba. Luego la estrechó con más fuerza y sus cuerpos se unieron.


—Con calma —murmuró ella tratando de liberarse de sus labios por un momento.


—No puedo creer que me hayas dejado…


—No te estoy dejando hacerme nada. Te estoy seduciendo, ¿es que no te das cuenta? Ahora que ya tengo experiencia, sé cómo funciona todo perfectamente.


Él soltó una carcajada sin dejarla moverse. La miró con ternura.


Ella suspiró sin poder moverse y le advirtió con seriedad:
—Puedo hacerlo, no creas ni por un minuto que no puedo hacerme cargo de ti. Esta vez yo te pondré el preservativo.


—Ya lo he hecho.


—Bien pensado. Buena actitud. Ahora, prepárate. No va a ser nada fácil para ti.


—¿Una mujer voraz?


—No estoy segura. Sólo relájate y no interrumpas.


—¿Iré al paraíso?


—No, te quedarás en mi cama.


—Es bastante cerca.


—¿Qué quieres decir? ¿Acaso no quieres que…?


—Quiero decir que tu cama es bastante cercana al paraíso.


—¡Entiendo! Pero creo que tus pensamientos te limitan. Es mejor que esperes a ver lo que pasa. Esto podría ser una pesadilla para ti, debido a mi falta de experiencia.


—Soy bastante tolerante. Adelante. No escatimes esfuerzos, pero no tardes demasiado.


—Bueno, la otra vez fue como tú quisiste, y en el tiempo que quisiste. Esta vez es para mí, así que vamos a hacerlo a mi manera.


—No te imaginas cuánto me excitas. No es que me lo proponga.


—Bueno, o yo te excito, o es que eres demasiado fácil. Pero sea como sea, creo que ahora estás en mis manos. Así que, compórtate de acuerdo a la situación.


—Pero, ¿No crees que sería contraproducente si me comporto bien a estas alturas?


—¡No utilices la lógica, sólo quiero que sientas!


—¡Paula Chaves! —él cerró los ojos.


—Mmm…


Ella le hizo todo lo que se le pasó por la cabeza. Lo llevaba al máximo grado de excitación, para después dejarlo gimiendo de deseo. Le permitió tocar las partes de su curvilíneo cuerpo.


—¡Cariño, ya no puedo más, si continúas así, vas a conseguir que pase otra vez lo mismo!


Entonces se puso sobre él, y se movió rítmicamente.


—Tengo mis límites. Si continúas así, llegaré al orgasmo mucho antes que tú.


—Sí, me gustaría que lo hicieras —murmuró ella inclinándose sobre su oído—, pero en este momento me gustaría que continuáramos… me siento como…


Él le dio la vuelta y ambos gimieron de deseo. Después empezaron a mover las caderas rítmicamente. Parecía como si se tratara de dos animales en celo, tal era su pasión.


¡Era espectacular!


Como si fueran en un cohete espacial, vieron colores, estrellas, destellos, todo a su alrededor parecía moverse. Y la culminación de sus deseos fue increíble, un gran momento de euforia que los hizo gemir con fuerza. Poco a poco, volvieron a la realidad.


Sus cuerpos yacían inertes, su respiración, aún agitada, se normalizaba poco a poco. Empezaban a cobrar consciencia de dónde se encontraban.


—¡Guau! —exclamó ella aún agitada. 


Él le dio unas palmaditas cariñosas sin ser capaz de decir nada aún.


Finalmente, él carraspeó y volviéndose a ella, inquirió con seriedad:
—¿Quién eres?


—Paula Chaves.


—¿Cómo puedes recordarlo en un momento así?


—Bueno… yo…



—Shh…


Volvieron a guardar silencio. Les llevó algún tiempo recuperarse por completo. Después de varios minutos, él la liberó de su peso, y apoyándose en un codo, la miró con ternura y preguntó:
—¿Estás bien?


Paula tenía los ojos cerrados, estaba un poco pálida, sin abrirlos, murmuró embelesada:
—Mmm…


—Eres un milagro —le susurró él al oído—. Aún no puedo creer que seas real. ¿Eres un sueño?


—¿Quieres que te pellizque o prefieres que te muerda? —murmuró ella soñolienta.


—Después de esto, puedes hacer lo que quieras conmigo.


—Creo que te conservaré a mi lado —repuso ella soñolienta.


Pedro se le llenaron los ojos de lágrimas.




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CAPITULO FINAL

Habiendo crecido en una familia tan grande como la de  Pedro , Paula no se sintió incómoda entre la gran familia de su marido. Era como ...