lunes, 1 de enero de 2018

CAPITULO 10




La música era perfecta. Pedro guiaba a Paula como si se conocieran desde hacía tiempo. Él sabía toda clase de pasos, y ella parecía seguirlos con mucha exactitud.


Ella lo miró a los ojos y dijo:
—Nunca había conocido a un hombre como tú. Estás muy seguro de ti mismo, e inhibes a una mujer sin experiencia.


—¿Sin experiencia?


—Nunca había bailado así con un hombre.


Él la miró con una sonrisa y dijo:
—Oyéndote hablar, pareces tan capaz de todo como cualquier otra mujer más experta.


—¡Vaya, ni siquiera puedo comentar algo superficial acerca de Priscila!


Pedro le dio una vuelta, levantándola del suelo, y después la volvió a dejar donde estaba. Realmente era un excelente bailarín.


Pero se daba cuenta de que para él, Priscila aún era importante. De que no se había olvidado de ella por completo. Sabía que debía tratar de acaparar su atención e interés.


Recordó cuando lo había visto por primera vez. Le había preguntado a Leonel de quién se trataba y él le había respondido:
—Es un hombre superior. Ahora está a la cabeza del juego, pero Lucila quiere jugar más alto, dentro de poco lo dejará.


Y cuánta razón había tenido. Lucila lo había dejado, y Pedro aún sufría el desengaño. ¿Pero, acaso se había enamorado de esa clase de mujer?


Él advirtió su mirada, y prefirió charlar un poco.


—No puedo creer que haya cuatro vírgenes que dormirán seguras en el ático. ¿Cuatro vírgenes, o es sólo que son precavidas?


—Yo sólo puedo hablar por mí. Aunque conozco a las otras tres, no sé nada acerca de sus vidas íntimas.


—Pareces una mujer muy recatada.


—Exacto, ¿y qué es lo que te sorprende?


—El vestido que llevas puesto.


—El vestido es muy decente. ¿Acaso has visto otra clase de vestidos en la fiesta?


—No, sólo te he visto a ti.


—Entonces, el rojo debe ser tu color favorito.


—Creo que es el cuerpo que hay dentro del vestido, no el color.


—Vaya, qué observador. Sólo una noche, y te has dado cuenta de que se trata del cuerpo de una mujer.


—¡Vamos, podrías vestirte con un saco de patatas, y seguro que iniciarías una moda!


—Gracias por el cumplido.


—O podrías no vestir nada y… todas las otras mujeres harían lo mismo. En nombre de la moda, claro está.


—Veo que tu prioridad principal, todavía es lo que visto o no visto. ¿Llevas solo tanto tiempo? ¿O has olvidado que otras cosas, como bailar, también son divertidas?


—En parte.


—Creo que sería buena idea que empezaras a salir con más mujeres para que poco a poco te adaptes a tu nueva vida.


—¿A quién me sugieres? —preguntó él mojándose los labios y mirándola con deseo.


Ella se volvió y miró a un grupo de mujeres que se encontraban charlando animadas. Su maquillaje estaba un poco descuidado al igual que su cabello. Sólo mirándolas unos segundos, un hombre podría adivinar qué aspecto tendrían en la cama, con sueño, sonriendo, deseosas, en fin, eran como un libro abierto.


—Creo que todas esas mujeres ya tienen pareja —dijo ella sonriendo.


Él se rió, la abrazó y los dos se rieron después.


—Creo que es hora de que acepte que la noche ha terminado —repuso ella irónica.


—¿De veras?


—Son casi las seis de la mañana. ¿Te has dado cuenta de que casi todos se han ido a descansar? Creo que las otras tres que dormirán conmigo ya han subido al ático. Debo subir. Ha sido una noche maravillosa. Gracias. Me lo he pasado estupendamente. Eres un hombre excelente. Me encanta tu sentido del humor y tu tolerancia. Has sido muy amable conmigo.


—Tú también eres una gran compañera —dijo él haciendo una reverencia—. ¡Claro, tienes tus arranques!, pero creo que será fácil domarte.


La contempló durante un momento y luego inquirió:
—¿Dónde voy a dormir?


—Vamos, creo que estás bastante apegado a Claudio. Y él es un lobo de las praderas, sabrá dónde dormir.


—¿Y tú cómo lo sabes?


—Bueno, es mi sistema de alarma.


—¿Qué quieres decir?


—La alarma de las advertencias maternales. Ninguna madre enviaría a su hija al mundo sin alguna clase de advertencia. Claudio es precisamente la clase de hombre sobre los que las madres nos previenen más.


—Vamos, Claudio es un buen hombre.


—Bueno para otros hombres, pero representa un peligro para las mujeres.


—¿Por qué crees eso?


—Mira, lo único que sé es que si no quiero tener problemas, debo evitar a los nombres como Claudio.


—¿Y yo soy de los hombres seguros?


—Tú también tienes aptitudes —sonrió ella—. Tal vez te gustaría practicar un poco ser un lobo de la pradera.


—En realidad no, ya soy muy viejo para ese juego. Tengo casi ocho años más que tú. Y he tenido bastantes experiencias. Me irrita un poco que digas que Claudio es peligroso, pero no pensaste que fuera peligroso estar encerrada conmigo durante más de cinco horas. ¡Imagínate, eso es una ofensa para cualquier norteamericano de sangre caliente!


Ella soltó una carcajada. Estaba guapísima.


—Te voy a dar un beso de buenas noches y después decidirás si hay peligro o no.


Ella se puso seria, sus miradas se encontraron.


—Vamos, mujer —dijo él al fin—. Te acompañaré a tu habitación. Necesitas descansar.


—¿Descansar de qué?


—¿Ves? Tu madre tal vez te habló acerca del sexo masculino y los peligros que éste representa, pero no te enseñó a cuidar tu ávida lengua.


—¡Vamos, ella me ha explicado todo perfectamente! Depende de la clase de palabras que elijas.


—¿Es que eres licenciada en lingüística?


—No, es sólo mi intuición.


—Sí, estoy seguro de ello. Te has pasado toda la noche probándome y tentándome. Eres una… creo que prefiero decírtelo después de desayunar.


—¿Te pones de mal humor antes del desayuno?


—No, al contrario. Siempre estoy muy alerta.


—¿Ves? ¿Alerta para qué? No usas las palabras con propiedad.


—Para lo que quieras —respondió él un poco molesto.


—Bueno, creo que es mejor que me vaya a descansar —dijo ella, pero su cuerpo la traicionó y no se movió.


—Te acompaño.






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CAPITULO FINAL

Habiendo crecido en una familia tan grande como la de  Pedro , Paula no se sintió incómoda entre la gran familia de su marido. Era como ...