lunes, 1 de enero de 2018
CAPITULO 16
Llegaron a la casa, y dos de los muchachos cogieron las riendas para llevar los caballos al establo. Pedro se lo agradeció.
—Es sólo por la dama —bromeó uno de ellos.
—Voy a tratar de arreglar que cabalgue junto a mí siempre.
Paula lo esperaba a cierta distancia.
—Tal vez se aburra de lo lento que eres y te podamos sustituir pronto —dijo el otro.
—No lo creo.
—Pareces muy seguro de ti mismo —opinó Brian.
—Sí, siempre ha sido así —repuso Patricio.
—¿Y qué recibiremos por atender a los caballos?
—Mantendréis vuestros empleos —respondió Pedro sonriendo.
—¡Qué gracioso! —protestó Brian.
—Me pregunto si deseas que la atendamos a ella también.
—Rotundamente, no.
—¿Y si acepta? —insistió Brian.
Pedro rodeó a Paula con un brazo y se dirigieron a la casa.
Sentía que debía protegerla, en especial, de todos los muchachos que trabajaban allí. En realidad no era culpa suya que fueran maleducados y no supieran medir sus palabras delante de una dama.
—¿Estás cansada?
—No. ¿Es que no recuerdas que dormí bastante tiempo? Me he levantado cerca de las doce.
—¡Sí, ya era la cuarta vez que subía! Pensé en quitarte las mantas y despertarte, pero te hubieras enfurecido.
Él se detuvo y retrocedió dos pasos, después la miró de frente.
—¿Qué pasa? —inquirió ella extrañada.
—Nada. Me siento como si me hubiera sacudido un rayo… tú.
Ella soltó una carcajada y, sin dejar de mirarlo, agregó:
—Creo que necesito un beso para recuperar fuerzas.
—Yo también.
—Pero te advierto que huelo a caballo.
—Yo también, pero a semental.
—¡No me extraña!
—Bueno, ¿qué hay del beso?
Ella extendió los brazos y se acercó mirándolo a los ojos.
Pedro también la rodeó con sus brazos y la acercó hacia su cuerpo.
Por desgracia, sus sombreros se interpusieron, él le quitó el suyo a Paula de un cabezazo, y buscó sus labios para besarlos con pasión.
Fue un poco rudo, su necesidad de poseerla era grande. Un poco frustrado, suavizó sus caricias y sonrió. La amaba, ¿cómo podía herirla de una u otra forma, si lo único que deseaba era protegerla? ¿Y, cómo podía saber que lo que sentía por ella era amor? Tal vez se había enamorado cuando ella le siguió el juego de ser un extraterrestre. Era muy tolerante.
La besó otra vez y le dijo:
—Sabes muy bien.
—Y parece que me quieres comer. ¡Estás hambriento! ¿No es así?
—Me encanta sentirte apoyada en mí.
—Sí, pero veo que siempre necesitas mantener las manos ocupadas. ¡Y además, sabes cómo emplearlas perfectamente!
—Sí.
Ella volvió a reírse.
—Tienes risa de traviesa. Parece que en realidad disfrutas de todo lo que te hago, ¿verdad?
—Es cierto.
—¿Es en serio o sólo finges?
—Claro que es en serio —Paula se dio cuenta de que era la segunda vez que él le preguntaba por la sinceridad de sus sentimientos. ¿Por qué era tan inseguro? ¿Acaso Priscila le había producido esa inseguridad por su manera de ser?
¡Sí, había sido ella! ¿Qué otra mujer se hubiera aprovechado de un hombre tan bueno, haciéndolo dudar de sí mismo?
—¿En qué piensas? —preguntó él mirándola con ternura.
—En nada. ¿Por qué crees que pienso en algo?
—Bueno, no estás muy concentrada en mí ¿no te parece? ¿Qué pasa?
—Me he distraído un momento, eso es todo.
—¿Es que te aburro?
—¡Claro que no! Yo soy la que te aburro.
Los dos se rieron otra vez y ella añadió:
—De hecho, tú eres el hombre más interesante que conozco. La mayoría de los hombres que conozco son muy… muy vacíos, creo yo. Tienen cierto talento para su profesión, pero aparte de eso, son aburridos.
—¿Lo dices en serio?
—Claro, nunca miento.
—¿Y, mentiras piadosas?
—Nunca recurro a ellas. Me has preguntado mi opinión y yo te contesto.
—¿Y si pensaras que estoy fingiendo?
—¡Vamos, Pedro!, si en realidad pensaras eso, nunca me hubieras preguntado. Eres un ser humano y te comportas como tal, eres multifacético y, hasta tierno. La persona que te convenció de lo contrario, creo que está muy equivocada.
—¡Piensas que es Lucila!
—¿Por qué la mencionas? ¿Fue ella?
—Sólo se me ha ocurrido para ver si has pensado en ella por celos o porque sabes algo.
Ella se rió.
—Espero que te des cuenta de que Priscila me tiene sin cuidado. Debes saber que mis hermanas mayores la conocen desde hace bastante tiempo. Es unos años mayor que tú. Te dejó porque deseaba echarle las redes a alguien más importante que tú. ¿Quién? Tal vez todavía lo podamos salvar.
—Creo que tenías razón. Se trata de Leonel.
—Ella es muy perseverante, pero dudo que él la tome en serio. Cuando se dé cuenta de su error, también se dará cuenta de que, después de todo, tú no eras tan mal partido, y estoy segura de que tratará de recuperarte usando sus artimañas.
—¿Por qué lo dices?
—Descubrirá que vales la pena.
—Halagas mi vanidad.
—Eso es algo que tú no tienes, vanidad.
—Saul y Felicia solían decir eso. Pero ya sabes cómo son los padres. Siempre les gusta ser amables.
—No, los padres siempre dicen la verdad, pero la dicen de un modo casi imperceptible. En lugar de sugerir que perseveremos en escalar la montaña más alta, sugieren que construyamos un dique o limpiemos un río. Algo más real.
—¿Cómo sabes todas esas cosas?
—Bueno, he observado lo irritantemente correctas que son sus apreciaciones. Siempre han actuado así y la razón los ha apoyado.
—Espera a que conozcas a Saul y Felicia. ¿Irás a la boda de Teo?
—Me encantaría.
—Pero tendrás que soportar ser el centro de atención de mi familia.
—¿Por qué?
—Porque realmente me interesas.
—No lo creo.
—¿Me lo dirás tú cuando mis sentimientos sean más serios?
—Creo que tú lo sabrás.
—Paula…
—Te diré cuándo me lo puedes decir.
—¿Vas a ser tan inteligente toda tu vida?
—¿Por qué no?
—Supongo que me tendré que acostumbrar.
—Ése es tu secreto. Acostumbrarte a todo.
—No creo. Hay algunas cosas que sobrepasan los límites.
—Lo que pasa es que no te gusta llevar la contraria porque sabes que tú también eres vulnerable.
Pedro le rodeó la cintura con un brazo y contemplaron la noche durante largo rato.
Ella volvió la mirada al rostro de Pedro y con un suspiro, dijo:
—Pedro, yo…
Pero Pedro la interrumpió.
—Me gustaría abrazarte durante el resto de mi vida.
—Sería muy extraño, ¿no crees? —repuso ella sonriendo.
—Sabes muy bien a lo que me refiero, pero te gusta jugar conmigo.
—Tal vez.
—¡Por Dios, estoy hambriento! —exclamó él—. ¿Por qué me retienes aquí en vez de estar comiendo?
—Bueno, yo estoy en las mismas condiciones. Sólo he tomado un café y un sandwich. ¿Recuerdas?
—Bueno, supongo que es hora de comer, o cenar. Investiguemos.
La cogió de la mano y se dirigieron al interior de la casa
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CAPITULO FINAL
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