lunes, 1 de enero de 2018
CAPITULO 13
Durante su sueño, Paula tuvo la maravillosa experiencia de sentirse ligada a alguien, de no ser ya una entidad aparte.
Hasta en medio de su gran familia, siempre había sentido que pertenecía a otro lugar, y aunque sólo era un sueño, sabía que pertenecía a Pedro.
Pero también soñó que se despertaba y estaba sola, Pedro se había ido. ¿Qué significaba? ¿Sería una premonición? ¿Podría significar que él compartiría su vida durante algún tiempo y luego se marcharía?
Pero después pensó con melancolía que, aunque sólo fuera parte de su vida, valdría la pena estar con Pedro.
¡Qué tontería! ¿Qué tenía ese hombre que la hacía sentirse de ese modo? No lo sabía, pero aun así podía sentir en lo más recóndito de su ser que nunca sentiría lo mismo por ningún otro hombre.
¿Cómo había podido ser tan estúpida Priscila como para dejar a Pedro? ¿Y qué podía tener para haberlo encandilado durante tanto tiempo?
Y pensar que Pedro aún pensaba en ella. Que esa noche, ella lo había rescatado de su melancolía. ¿Cuánto hacía que se habían separado? ¿El último verano? Además, no se habían separado, Priscila lo había dejado, que era muy distinto.
¿Y cómo podría otra mujer reemplazarla?
Paula permaneció acostada, aunque ya estaba despierta.
Miró las camas a su alrededor, estaban vacías. ¿Acaso sus ocupantes ya se habían marchado, o no habían ido en toda la noche?
La tormenta ya había pasado. El viento aún soplaba, pero el cielo no parecía tan amenazante como la noche anterior.
¿Qué hora era? Lo único que tenía que hacer era alargar el brazo y consultar el reloj, pero no lo hizo.
Pudo oír risas a lo lejos. Alguien estaba afuera, más que alguien, varias personas.
Hubo una leve llamada a la puerta. ¿Acaso una de las huéspedes? Ella se volvió. Se trataba de Pedro.
Llevaba puestos unos vaqueros, le quedaban tan bien como el esmoquin. Tenía una taza de humeante café en la mano.
—¿Estás despierta?
—Casi.
—Roncaste tan fuerte que hiciste que la nieve cayera del tejado. Leonel te lo agradece.
Ella se tapó la cara. Pedro se acercó y dijo:
—Si te sientas como una niña buena, te dejaré probar mi café.
—No sé dónde está mi camisón.
—¡Dios mío, qué mujer! ¿Por qué me lo preguntas a mí? Me comporté como todo un caballero.
Ella trató de incorporarse, pero al sentir el frío en su desnuda piel, se volvió a tapar.
—Brrr…
—Te traeré una bata.
—Hay un jersey en el primer cajón de la cómoda.
—¡Por favor, déjame que me ocupe de esto! —repuso él.
—¡Date prisa!
—¡Vaya, parece que tu madre te dijo muchas cosas acerca de los hombres, pero se olvidó de tus modales! No hacía ni una hora que te habías dormido cuando me empujaste y prácticamente me echaste de la cama.
—¡No es cierto!
—¡Sí lo es!
—¡Ni siquiera hablas como si fueras de Ohio!
—Cariño, he vivido en Texas los últimos diez años de mi vida. En Ohio la costumbre es llamar a las casas con el nombre del primer dueño. La casa donde vivíamos había sido habitada por un hombre que se apellidaba Tilby, y aún se llama así, aunque el nombre de mi padre sea Saul.
—Aquí en Texas es suficiente con mencionar la generación. Por ejemplo, yo pertenezco a la sexta generación —repuso ella.
Él fue a por el jersey y se lo dio, después miró cómo se lo ponía bajo las mantas.
—Eres una mujer muy egoísta. No te morirás si veo algo de tu pecaminoso cuerpo, ¿no crees?
—Dame café.
—Pídemelo por favor.
Ella soltó una carcajada, y él le tendió la taza.
El café estaba muy bueno. Él acomodó las almohadas y se sentó junto a ella. La joven se dio cuenta de que sus pensamientos eran maliciosos, ya que la miraba de una forma extraña.
Pero ella lo ignoró y siguió saboreando el delicioso café. Sin leche ni azúcar, suspiró, pero de todas formas era reconfortante. De cualquier modo, prefería que Pedro se quedara junto a ella en lugar de ir a por lo que faltaba.
—Eres estupenda, ¿sabes? —le dijo él sin quitarle la mirada de encima—. Nunca había dormido con una mujer de esa manera. ¿No es maravilloso?
—¿Por qué me dejaste? —preguntó ella.
Él titubeó un momento, luego contestó:
—Cuando suena una alarma pidiendo ayuda, es mejor ir. La campana sonó una vez, no hice caso, pero siguió sonando, entonces, supe que debía bajar. Se trataba de un toro, se había atascado en la nieve. Tuvimos que ayudarlo a salir, si no, hubiera muerto.
—¿Forma parte de tu trabajo rescatar toros de la nieve?
—Debo cuidar los intereses de Leonel, de lo contrario todos estaríamos sin trabajo. A veces es tan obstinado que no se da cuenta de que también es mortal.
—La tormenta ha terminado —repuso ella.
—Sí, pero hace frío afuera. ¿Te gustaría jugar en la nieve?
—¡Sí!
—Bien. Te he traído un sandwich —metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó el sandwich cuidadosamente envuelto en una servilleta. Era un bocadillo de huevo y beicon entre dos rebanadas de pan recién hecho. Le supo delicioso.
Él la miró comer, y cuando ella se relamió, soltó una carcajada y preguntó:
—¿Actuarás así cuando hagas el amor?
—No sé.
—Ya lo averiguaremos.
Hubo un momento de silencio y los dos parecieron hablar sin decir nada, después él interrumpió el momento.
—¿Ya no puedes esperar, verdad? Pero tienes que ser paciente. Te estoy cortejando a la «antigua».
—¿Acaso lo harás como uno de esos texanos que son peores que nada?
—Es muy probable.
—¡Que Dios me ayude!
—¡Aleluya!
—Creo que es demasiado temprano para esta conversación —protestó Paula.
—Cariño, ya son más de las doce. Y creo que a medida que pase el tiempo, se volverá todo más complicado.
—No lo dudo y así lo espero. Pero por ahora, creo que ya sabes lo suficiente de mí.
—Y me llevó bastante tiempo. Y ahora, cariño, cubre ese hermoso cuerpo con algo de ropa, antes de que me meta en la cama y no puedas jugar con la nieve.
—Te veré abajo.
—¡Vaya! He venido a ayudarte, te he dado de comer y ahora quieres que me vaya. Creo que por lo menos merezco verte salir de la cama. Además, opino que ese jersey es mucho menos revelador que el vestido que llevabas ayer.
—¡Ya estamos otra vez!
—Cuando tengamos hijos, no quiero que te vean con ese vestido. Deformarías sus mentes juveniles y elegirían el camino equivocado.
—El vestido es perfecto.
—Bueno, te lo puedes poner para celebrar nuestros aniversarios, en privado, claro.
—Ninguna mujer se casaría con alguien que no aprecia el buen gusto en el vestir, como tú.
—No sabía que deseabas vivir en pecado. De saberlo, no me hubiera quedado contigo anoche. Imagínate la sorpresa que Saul y Felicia se llevarían.
—Bueno, no habías hablado de matrimonio.
—Estoy seguro de que lo mencioné anoche.
—No lo recuerdo.
—Bueno, estabas más caliente que un horno, y demasiado aturdida por mi cercanía. Es mejor que no te recuerde de esa forma o me volveré loco.
—Nos vemos abajo.
—Antes tienes que besarme —se sentó al lado de ella, le quitó la taza de la mano y la besó sin compasión.
Sólo fue un beso, pero ¡qué beso! A ella le pareció que había durado bastante, después, con delicadeza, él la soltó.
Paula se olvidó de abrir los ojos.
—¿Cariño? ¿Paula, estás bien?
—Creo que sería conveniente que llevaras una etiqueta de advertencia sobre los labios.
—¿Sobre los míos? Yo estaba completamente bien antes de que tú me besaras. Pero tendré más cuidado con tus besos, no quiero convertirme en un maníaco.
—Como quieras.
—¡Qué ilógica!
—¿Cómo te atreves a besarme primero y después tener un debate acerca de mis intenciones al besarte? ¡Eres único!
—¡No creo! ¿Qué hay de todos los hombres que tentaste vestida como lo hiciste? Creo que yo soy el más decente de todos. Si no lo crees, haz la prueba.
Ella suspiró y se quejó:
—Yo estaba aquí muy tranquila descansando, y de repente tú has venido a alborotarme.
—¿Qué diría tu madre si supiera que cuando he llegado estabas desnuda y te he tenido que dar un jersey para que cubrieras tu pecaminoso cuerpo?
—Creo que le saldrían más canas.
—¿Sabes?, yo conocí a tu madre hace un año en la fiesta de San Antonio.
—¿Sabías que la mayoría de las personas que no son de San Antonio no pronuncian el nombre bien?
—¿Pretendes darme otra lección del idioma tejano?
—No, no tiene nada de malo. Todos los texanos tienen una forma de hablar muy especial.
—Bueno, ¿es que no te vas a vestir? Me gustaría quedarme mientras lo haces.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
CAPITULO FINAL
Habiendo crecido en una familia tan grande como la de Pedro , Paula no se sintió incómoda entre la gran familia de su marido. Era como ...
-
El último lugar donde Pedro Alfonso deseaba estar era en una fiesta de Año Nuevo, y lo último que deseaba encontrar era a ninguna mujer....
-
Todo empezó justo antes del año nuevo. Pedro Alfonso , que era el consejero financiero de Leonel Covington, lo había acompañado en un v...
-
Pedro dejó la copa de brandy en la pequeña mesa. No quería perder el control. Miró a Paula. Nunca había conocido a alguien como ella. ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario