lunes, 1 de enero de 2018
CAPITULO 6
Después hablaron durante un momento acerca de los deliciosos canapés de los mejores, los regulares, y en general estuvieron de acuerdo.
Acabaron de cenar casi a la medianoche. Comieron tarta de queso y se sirvieron un poco más de vino.
Ella consultó su reloj y le dijo:
—Creo que iré al tocador. ¿Podrías quedarte y proteger este apartado lugar de intrusos?
—Claro. Eso haré.
—Muy bien —ella se puso de pie y él también lo hizo para ayudarla con la silla—. ¡Vaya, eres un hombre muy fuerte!
—Ahora estoy seguro de que no me ayudarás.
—¿Ayudarte a qué?
—A sostener la puerta. Levantar la hoja de parra. En fin, a poder soportar las pequeñas molestias que tiene la vida.
—Comprendo…
—¡Entonces, hay esperanza!
Ella se dirigió a la puerta y antes de abrirla, dijo:
—Enseguida vuelvo.
Él se acercó y la abrió para ella. Sus miradas se encontraron por un momento.
—¿En qué piensas? —preguntó la chica.
—En que es mejor que me quede en la puerta para evitar cualquier clase de compañía.
—Sí, ten mucho cuidado.
—Lo haré. Pero, por favor, no deseo que atraigas a ningún individuo del sexo masculino.
—Claro que no.
—Espera, déjame ver si no hay nadie afuera. Si nadie acecha nuestra intimidad.
Ella esperó con paciencia.
—¡Rápido! No hay nadie —dijo él por fin.
Cuando ella regresó, él declaró:
—Ahora es mi turno. Tú debes proteger el lugar.
—Espera. Hay dos mujeres que parecen bastante ansiosas buscando un hombre.
—Oh —él se apresuró a abrir la puerta, pero ella no se lo permitió.
Después, Paula hizo lo que él había hecho antes. Se asomó y esperó algunos minutos. Luego le dijo:
—Ya puedes salir.
—Recuerda, no dejes entrar a nadie.
—No.
Parecía como si hubiera una tormenta fuera. Cuando él regresó, llamó a la puerta:
—Soy yo, el extraterrestre.
—Oh… —ella abrió.
—¿Cómo sabes cuál de los extraterrestres? —le dijo él.
—Sólo conozco uno.
—Olvidé darte una palabra clave para que pudieras reconocerme.
Él cerró la puerta con llave. Era la tercera vez que aseguraban la puerta. Lo miró y se dio cuenta de que él también la observaba con intensidad.
—Pronto será medianoche —repuso él.
—Un nuevo año.
—Sí, un nuevo año —dijo él y volvió la vista hacia el gran retrato de Adán y Eva.
Después se volvió hacia ella, quien se había dado cuenta del lugar donde él había clavado la mirada.
—¿En qué estás pensando? —preguntó él con mirada traviesa.
—Nunca he besado a un hombre con barba.
—Bueno, yo tampoco.
—Déjame sentirla —pidió ella y tocó la barba de Pedro.
Él retrocedió sorprendido y repuso:
—¿Sentir, qué?
Ella se rió y explicó:
—Mira, me encuentro a punto de besar a alguien que tiene barba. Si la toco y está muy dura, tal vez te abra la puerta y te deje marcharte antes de la medianoche.
—Bueno, si no te gusta, me la afeitaré —declaró él con seriedad.
Pero ella ya se había acercado lo suficiente como para tocarlo
—¡Oh, es muy suave! Creo que me gus…
Pero él no la dejó terminar. La rodeó con los brazos y la besó.
Después de algunos segundos, él se separó un poco y la miró lleno de deseo.
—¡Oh! —exclamó ella, exaltada—. ¡En realidad ha sido estupendo! ¡No tenía la menor idea de que sería así! ¡Tal vez sea mejor que me vaya!
Podían oír el fuerte viento fuera de la casa. Era casi la medianoche. También podían oír que el resto de los invitados contaban animados los últimos segundos del año viejo.
—¡Cinco… cuatro…!
Se miraron fijamente. Sus corazones latieron de prisa. Aún se encontraban abrazados. Ella podía sentir su pecho contra sus senos. Él se estremeció. Los labios de ella aún estaban sonrosados por el beso que acababan de recibir. Sabía que la volvería a besar. Pero ella planeaba limitar sus besos a uno, como lo había prometido.
—¡Dos… uno… feliz año nuevo!
Hubo gritos y sonidos de cornetas, la música de Auld Lang Syne empezó a sonar.
Pedro no hizo el menor movimiento. Poco a poco la aprisionó un poco más sin dejar de mirarla, después bajó la cabeza hasta que sus labios rozaron los de ella. En ese momento, sintieron como una descarga eléctrica que ninguno de los dos pudo contrarrestar.
Para Paula, que nunca había experimentado esa clase de emoción, fue impactante. Sí, había besado a hombres por los que se sentía atraída, pero nunca había experimentado esa sensación. ¡Parecía que sus células necesitaban esas caricias, ese calor que los labios de Pedro le proporcionaban!
Era una sensación única. Su cuerpo estaba estremecido de pies a cabeza. Sintió algo contra su vientre. Él estaba muy excitado.
Él también se dio cuenta. Era demasiado obvio. Con delicadeza, despegó sus labios de los de ella. Pero ella, en lugar de quedarse quieta, pareció moverse al mismo tiempo que él, deseando que el beso durara más.
«Paula Chaves, qué vergüenza», pensó ella.
Él gimió excitado. Tomó la cabeza de la chica y la aprisionó contra su pecho; Paula podía sentir que sus manos temblaban. ¿Acaso ella le había hecho eso? Eso era lo que su madre le había dicho. Eso era precisamente lo que las mujeres comentaban. Eso era lo que se suponía, no debía permitir. Y en sus veintiséis años, nunca lo había permitido.
Ahora, ¿qué se suponía que debía hacer?
Entonces recordó la vieja canción Oklahoma, que hablaba de una mujer que nunca podía decir que no. ¿Acaso era ése su caso? ¿Podía ella también ser tan descocada?
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CAPITULO FINAL
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