lunes, 1 de enero de 2018
CAPITULO 17
Paula notó que había algo diferente en él. La manera en que cogía su mano era diferente, más posesiva. Cuando entraron, colgaron sus sombreros y sus chaquetas en el perchero del pasillo.
Se dirigieron a sus habitaciones y después procedieron a lavarse y cambiarse de ropa.
Ella eligió un vestido tejano en tonos naranjas, con zapatos del mismo color. Se recogió el pelo y se puso unos pendientes de perlas.
Su maquillaje, igual que su perfume, eran bastante discretos.
Pedro la esperaba a la entrada del pasillo. Estaba apoyado en la pared con los brazos cruzados. Había cambiado totalmente, ahora vestía un traje con corbata, y estaba muy atractivo. Ella se sintió un poco intimidada y se estremeció sin poder evitarlo.
—Mmm… —murmuró él al verla acercarse y le preguntó—: ¿Llevas carmín?
—Sí —respondió ella, pero enseguida sacó un pañuelo y se limpió los labios.
—Me gustaría besarte.
La acercó hacia él y la besó largamente, era un beso diferente, lento y sensual.
—¿Te das cuenta de que nos conocemos desde el año pasado? —comentó él después de besarla.
—Así es.
—¿Te gustaría ponerte esto? —le preguntó él tendiéndole un anillo.
—¿Qué es?
—Es lo único que tengo de mis verdaderos padres. Saul me lo dio cuando cumplí veintiún años. Me gustaría que tú lo conservaras.
Era un anillo de oro, una simple alianza, tal vez más gruesa que un anillo de boda. Pedro lo había llevado en el dedo meñique.
—Creo que estás precipitando las cosas —opinó ella—. Aunque nos conozcamos desde el «año pasado», creo que aún te sientes decepcionado por tu anterior relación. ¿Y si te arrepientes?
—Si me arrepiento, te diré: ¿Paula , puedes devolverme el anillo?
—¿Y si yo no quiero hacerlo?
—Bueno, con la ayuda de Nicolas, Julian y Brian creo que te convenceremos de hacerlo.
—Tengo cinco hermanos.
—Bueno, en esas circunstancias, creo que lo mejor será que me case contigo. ¡Vamos, póntelo! —dijo él sin titubear y sin dejar de mirarla.
—Sólo esta noche —repuso ella y se lo puso—. ¿En qué dedo?
—¿Qué te parece el índice? ¡Ah, te queda perfecto!
Él la besó otra vez y después besó su mano antes de que se dirigieran al comedor.
Todos los invitados se encontraban allí. Habían dispuesto un buffet y a juzgar por el bullicio, parecía que todos se estaban divirtiendo.
Las compañeras de habitación de Paula ya tenían compañía.
Pedro lo notó y le murmuró algo al oído a Paula.
Ella se ruborizó un poco, y no pudo evitar que sus pezones se endurecieran. Pedro lo percibió y se sintió excitado también.
Significaba que esa noche, ella estaría otra vez sola en esa gran habitación.
Claudio se encontraba allí. Al pasar cerca de ellos los saludó con un gesto, parecía bastante ocupado con algunas de las mujeres.
Pedro respondió al saludo y se rió satisfecho.
—¿Por qué estás tan contento? —inquirió ella.
—Porque estoy contigo —respondió él orgulloso.
Entre la multitud, había varios invitados que tocaban el piano.
La cena se animó más y todo el mundo cantaba viejas canciones acompañando al pianista.
Una de las mujeres se encontraba rodeada de varios hombres. ¿A quién elegiría? Seguro que a Claudio.
Leonel se encontraba atendiendo a sus invitados, era muy buen anfitrión. Parecía decidido a no tener una acompañante fija. Paula se empezó a preguntar la razón de su insistencia para que ella asistiera a la fiesta. ¿Acaso tramaba algo? ¿Cuál era su propósito? Leonel se acercó y, dirigiéndose a Paula, le preguntó:
—¿Vas a montar al pinto?
—No, Pedro prefiere que no lo haga.
—¡Vaya! ¿Por qué?
—Bueno, como es tu consejero financiero, piensa en tus finanzas. No confía en el caballo y teme que si sucede algo, la responsabilidad por mi pobre cuerpo magullado recaerá sobre ti.
Leonel contempló el cuerpo de Paula y luego miró a Pedro.
Los dos hombres se rieron, pero no dijeron nada. Estaba claro que compartían una broma privada.
Leonel se alejó, y Pedro sacó a bailar a Paula. Era cerca de medianoche cuando los empleados de Leonel recogieron los restos del buffet; eran muy eficientes.
Las parejas de casados fueron los primeros en retirarse. Al ver eso, Claudio dijo:
—¡Ya se han ido los que nos vigilaban! ¡Ahora sí podemos hacer de las nuestras!
El resto de los invitados se rieron y continuaron divirtiéndose. Al poco tiempo, Claudio se alejó acompañado de la mujer que lo había elegido.
Leonel parecía estar observando lo que hacían. Pedro se preguntaba si dudaba de él. Pero Leonel lo conocía mejor de lo que él se imaginaba.
Paula se encontraba cerca del piano, charlando con el ejecutante, Pedro se acercó a ella y dijo:
—Hay una pieza que siempre toco en las fiestas —así que la persona que estaba tocando, se levantó y Pedro se sentó frente al piano. Empezó a tocar los alegres acordes de la melodía Good night, ladies, cuando terminó hubo aplausos y la mayoría de las personas que aún se encontraban allí, se retiraron a sus habitaciones. Paula se sentó al lado de él, e inquirió:
—¿Qué otras melodías sabes tocar?
Él la miró sin decir nada. Sin saber por qué ella se ruborizó y añadió:
—Eres distinto.
—¿En qué aspecto?
—No estoy segura.
—¿Es bueno o malo?
—Creo que tal vez te pareces a Leonel.
Él soltó una carcajada.
—Creo que por fin te empiezas a dar cuenta de que eres un hombre mucho mejor de lo que tú mismo crees.
Él la miró y cerró el piano conteniendo la risa.
—¡Vaya, no sé por qué siempre que deseo alabarte, lo tomas como si fuera un chiste! Creo que tal vez interpretas lo que te digo de otra manera.
—Tal vez.
—¿Por qué te hace tanta gracia que te diga que eres un hombre mucho mejor de lo que crees?
—Bueno, por un momento imaginé ser el dueño de esta casa.
—Si lo desearas, creo que lo podrías conseguir.
—¿Qué debo hacer para entenderte mejor? —repuso él.
Sí, Paula sabía que era difícil entender el punto de vista femenino siendo un hombre, ya que ése era también su problema. ¿Cómo poder entender a los hombres? Nunca lo había intentado, pero ahora estaba segura de que por Pedro bien valía la pena intentarlo.
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