lunes, 1 de enero de 2018
CAPITULO 11
Ella no puso ninguna objeción a que la acompañase. Pero antes de subir, miró a su alrededor. Los músicos ya se habían marchado. La música provenía de un aparato estéreo. Quedaban pocas personas. Un grupo de mujeres rodeadas por varios hombres al acecho.
Leonel se había marchado. Conociéndolo, no era raro imaginar que se encontraba afuera, comprobado que sus hombres estuvieran bien. Cuando por fin se marcharon, hubo varias miradas que se clavaron en ellos. Paula sintió el deseo de volverse y decirles: «No, se equivocan, no vamos al mismo lugar».
Cuando habían subido varios escalones, Pedro ofreció con amabilidad:
—Podrías compartir mi cama. Puedes confiar en mí. No te tocaría por nada del mundo… a menos que tú lo desearas. Estarás muy segura.
Casi llegando a la última escalera, la que conducía al ático, él insistió:
—Puedes confiar en mí. Puedo mantenerte caliente sin hacerte el amor… creo.
Ella hizo un ruido como si estuviera roncando.
—¡Con qué facilidad me irritas!
Ella se rió.
Llegaron al ático. Antes de que entrara en la habitación, la joven le advirtió:
—Silencio, están dormidas. Es mejor que te transformes en extraterrestre otra vez.
—¿Me estás insinuando algo?
—No, lo que pasa es que los extraterrestres brillan en la oscuridad, y tú no estás brillando.
—Pero lo hago bajo las sábanas.
—¡Shh…! Están durmiendo.
Paula encendió la luz. Había dos camas impecables, aún no se encontraba nadie en la habitación.
—Gracias por acompañarme —dijo ella.
—Me quedaré hasta que las otras chicas suban. No quiero dejarte sola aquí.
—No es necesario. Cerraré la puerta.
—Sí, con llave.
—Sólo cierro con llave las bibliotecas.
—Vamos, ven a mi habitación.
—No, fue parte del trato con Leonel. No compartiría mi habitación.
—Vamos, no seas anticuada. Sabes que puedes confiar en mí. No te pondría un dedo encima.
—Hace frío —repuso ella.
—¡Estás temblando! —dijo él—. ¿Cómo puedes meterte en la cama sin compañía? ¡Te helarás! ¡Si bajas conmigo a mi habitación, te garantizo que no pasarás frío!
—Tengo un camisón de franela.
—Vaya… alguna vieja que odiaba a los hombres debió inventar los camisones de franela. Además, ¿por qué hablaste de mí con Leonel?
—Bueno, él deseaba saber si estaba dispuesta a compartir mi habitación.
—¡Vaya! ¡Entonces, vosotros dos estabais de acuerdo! ¿Lo planeasteis todo? ¿Acaso no eres la invitada de Leonel? ¿No se suponía que tú eras su pareja?
—¡No! —exclamó ella y se quitó la chaqueta.
¡Oh, no! Otra vez él pudo ver el vestido rojo. En realidad la cubría, pero cada vez que respiraba, él podía ver cómo sus senos se agitaban pecaminosamente. ¿Cómo podían unos senos ser pecaminosos porque la persona respirase? ¡Los de ella lo eran!
Él no pudo escuchar parte de su conversación, pero alcanzó a escuchar:
—¡Vamos, ésta no era la primera vez que me veías! Lo he estado haciendo durante dos años. Pero tú has estado ciego, ciego para verme. ¡Supongo que no recuerdas que yo fui tu pareja en la partida de bridge en Galveston!
Quitándose la corbata, él repuso:
—¡No, no lo recuerdo!
—¡Claro que no! Priscila se encontraba en la otra mesa riéndose con otro hombre. Tú sólo la mirabas a ella. Mira, tengo que lavarme los dientes. Ha sido un año nuevo muy divertido. Gracias. Buenas noches.
—No tienes por qué agradecérmelo. Buenas noches.
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CAPITULO FINAL
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