lunes, 1 de enero de 2018

CAPITULO 7




Poco a poco Pedro levantó la cabeza y trató de encontrarse con la mirada de Paula.


Ella podía sentir su mano derecha sobre la espalda. Los dedos de la otra mano cubrían su cadera. Sentía que sus manos eran como las de un pulpo.


Pedro carraspeó y dijo casi en un murmullo:
—Creo que es mejor que nos unamos a los demás.


Paula no lo podía creer. Pestañeó un par de veces. ¿Acaso Pedro hablaba de dejar ese lugar solitario, donde nadie los molestaba, para irse al bullicio del salón? Sí, hasta que se calmaran. ¡Qué inteligente era! Sabía que estaba en peligro, y había preferido resolver las cosas como todo un caballero.


—¿Estás bien? —preguntó al ver que ella no decía nada.


Ella asintió con la cabeza al mismo tiempo que él la soltaba.


—¡Eres un peligro para el sexo masculino! —dijo él cuando pudo hablar.


Paula trató de caminar. Aún estaba un poco aturdida por lo que había sucedido.


Pedro se dio cuenta del esfuerzo que hacía ella, mientras se arreglaba el pelo y la barba. Después respiró un poco más tranquilo y se dirigió a la puerta.


Con lentitud, abrió la puerta. Se volvió hacia ella. Aún estaba tratando de caminar derecho.


No dijeron nada. Ella llegó hasta la puerta y antes de salir, lo miró.


Había tal sorpresa en su mirada. En realidad el beso había sido muy especial para ella. Paula tenía veintiséis años, ¿y nunca se había sorprendido por un beso? Pedro sonrió.


Antes de salir, ella murmuró, sin dejar de mirarlo:
—¡Guau!


Él se estremeció. No había esperado esa reacción de ella.


Paula empezó a caminar. Él la siguió de cerca. Ninguno de los dos pronunció palabra. Por fortuna, el gran salón se encontraba un poco alejado de la biblioteca.


Ambos trataban de recuperar el control de sus cuerpos mientras caminaban. Él se atrevió a poner una mano alrededor de su cintura, como para escoltarla, pero en realidad era sólo para tocarla.


En realidad sólo hacía un par de horas que se conocían. 


¿Cómo era posible que hubiera surgido una atracción tan intensa entre ellos? Él la había visto dos veces, la primera, hablando con otro hombre, y la segunda, ese día.


Pedro la miraba sin saber cómo podía ella ejercer tal atracción sobre él.


Se oía el viento. Pedro sabía que se trataba de una tormenta.


Claudio, el caballerizo de Leonel, se encontraba en la puerta del gran salón de baile. Llevaba la chaqueta de piel de borrego abierta debido al calor que hacía. Su usual sombrero cubría su cabeza.


Claudio oyó el sonido de los tacones de Paula. Se volvió hacia ella, pero al principio no se dio cuenta de que Pedro la seguía.


Sus ojos se encendieron al verla, pero al darse cuenta de que Pedro la seguía, bajó la vista. Pedro preguntó:
—¿Es una tormenta muy fuerte?


—Un frente del norte —respondió Claudio.


Estaba bastante claro para Pedro. Un frente del norte. Uno de los peores.


—¿Necesitas ayuda?


—En realidad no.


—¿Está el condenado caballo en el establo?


—Sí. Antes que nadie.


—¿Así que no trataste de convencerlo de que se fuera al establo antes de la tormenta?


—Bueno, si hubiera sido necesario, te hubiera buscado a ti, ya que fuiste el que lo enseñó a saltar vallas.


—Todo un detalle de tu parte —dijo Pedro.


Paula recordó que Pedro se había quejado del caballo en cuestión, y que tampoco parecía estar muy orgulloso de haberlo enseñado él mismo.


Claudio no pudo resistirse a hacer un comentario acerca de la acompañante de Pedro.


—Mantenía dentro, en especial con ese vestido.


Paula asumió que se referían al hecho de que afuera soplaba un viento muy fuerte, pero no era así. Los hombres y las mujeres son muy distintos. Claudio sonrió.


—Me encargaré de ello —repuso Pedro sonriendo de nuevo.


—Apuesto a que lo harás.


—Cuidado con lo que dices —dijo Pedro con seriedad esa vez.


—Este tipo es peligroso —le comentó Claudio a Paula.


—Sí, me protejo bien de él.


Claudio se rió.


Paula sonrió y miró a Pedro, quien observaba a Claudio con recelo.


—Será mejor que tengas cuidado —dijo Pedro, y Paula pensó que se refería a la tormenta. Claudio, que sabía perfectamente a lo que se refería Pedro, le dijo a Paula


—Soy Claudio Terrel.


—Mucho gusto —respondió ella con inocencia.


Pedro la cogió del brazo.


Claudio volvió a dirigirse a Paula:
—Ya investigaré.


—¿Qué es lo que va a investigar? —preguntó ella cuando Pedro la alejó de Claudio.


—Nada.


Claudio soltó una carcajada, estaba a pocos pasos de ellos.




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CAPITULO FINAL

Habiendo crecido en una familia tan grande como la de  Pedro , Paula no se sintió incómoda entre la gran familia de su marido. Era como ...