lunes, 1 de enero de 2018
CAPITULO 20
Alguien había puesto un calefactor bajo la cama. Pedro dijo:
—Vaya, qué servicio. Y yo que quería meterme en la cama para calentarla antes, y tal vez tenerte a ti sobre mí gritando como una gata en celo.
—Nunca grito —repuso ella.
—Bueno, de todas formas me alegro de que esté ya caliente. No me gusta verte padeciendo por el frío, es sólo que prefiero hacerlo yo mismo.
Ella se estremeció un poco.
Él también lo hizo. Estaba demasiado excitado. Paula pudo ver cómo su sexo lo demostraba. Sin poder evitarlo, dijo:
—¡Vaya, no sabía que podía hacer eso!
—Yo tampoco —dijo él un poco apenado.
—¿Acaso tienes un nombre especial para…? ¿Sabes? Todos mis hermanos solían ponerle apodos.
—Bueno, Paula, creo que es mejor que hablemos de eso después, cuando nos conozcamos mejor. Y claro, si prometes no comentarlo con nadie. ¡Nadie en absoluto!
—¿Acaso lo sabe Priscila?
—No, nunca me lo preguntó. No sentía mucha curiosidad por saber cosas de mí.
El frío arreció. Paula cruzó los brazos para protegerse de él.
Pedro levantó las mantas y con un ademán, le dijo:
—¡Vamos, entra!
Ella lo obedeció de inmediato y se acomodó a su lado.
Entonces él se despojó de sus calzoncillos y se dispuso a ponerse el preservativo. Se concentró mientras suspiraba.
Luego se acercó más a ella, casi hasta cubrirla, sin darse cuenta de que la destapaba al mismo tiempo.
Ella lo miró con un poco de miedo y dijo:
—Creo que estás dejando que entre el aire frío.
Entonces él la protegió aún más. Paula pudo sentir su aliento caliente en el rostro, y sobre su cuerpo las manos masculinas que, temblorosas, empezaban a explorarla.
Cada vez más excitado, él trató de charlar:
—Tuviste suerte de que ayer viniera a calentarte la cama.
—Vaya, hubiera podido pedir el calefactor.
—No es lo mismo. Y puede ser peligroso.
—¿Tú no lo eres?
—Por lo general no, pero creo que tú estás haciendo que me vuelva bastante peligroso y lo que es más, incontrolable.
—No sé qué debo hacer. Dímelo.
—No te preocupes, yo me haré cargo —murmuró él sin dejar de tocarla—, estoy tan… me siento tan atraído por ti. ¡No puedo creer que estés dispuesta a hacer el amor conmigo! ¡Eres una gran sorpresa para mí! ¿De veras me deseas?
Era la cuarta vez que se lo preguntaba. ¿Por qué esa insistencia? ¿Por qué le extrañaba tanto que una mujer se sintiera atraída por él?
—Mira —dijo ella con ternura—, creo que siento escalofríos dentro de mí, y asumo que es por el gran deseo que me haces experimentar. Me excitas mucho. Me gustaría que me besaras… mmm…
¿Así que le gustaba que la besara? Parecía que, después de todo, sus besos habían tenido un gran impacto. Así lo hizo, la besó de mil formas distintas. Ella no parecía saciarse.
Pedro no podía esperar más, con delicadeza, separó las rodillas de ella para poseerla, ella lo ayudó, claro. Él tocó su sexo con pasión y entonces, ella empezó a mover las caderas al mismo tiempo que gemía sin control.
—Espera… espera —murmuró él tratando de tranquilizarla—… poco a poco, todo está bien. Tu piel es tan suave…
Pero no pudo más. Sabía que lo tenía que hacer con delicadeza. Pero los gemidos y los movimientos de Paula no le estaban poniendo las cosas fáciles. Poco a poco, trató de penetrarla, no quería hacerla daño.
Él respiraba con fuerza y sudaba copiosamente por el gran esfuerzo que estaba haciendo para no penetrarla violentamente.
Entonces, fue ella misma quien lo rodeó con los brazos y casi lo forzó a entrar en ella. Él gimió de tal modo que la chica se asustó un poco y gimió a su vez.
—¿Estás bien? —inquirió él preocupado.
—¡Oh, sí, nunca me he sentido mejor! Es que no quería que me doliera, siempre me he preguntado si no es doloroso para nosotras, pero, las mujeres por lo general dicen que les encanta, y ahora comprendo por qué. ¡Es delicioso!
—¡Espera, quédate quieta!
—Pesas más de lo que creí —comentó ella después de un momento.
—Me moveré tan pronto como sienta que no hay peligro.
Pero después de algunos segundos, ella dijo:
—Mi cuello, está un poco torcido.
—Por favor, trata de acomodarte con cuidado, porque no respondo de mí si mueves los senos, o las caderas…
—Pero entonces, ¿cómo me voy a acomodar?
—Sólo mueve la cabeza, con mucho cuidado. ¡Estás advertida!
Lo hizo, después hubo un silencio.
—¿Te vas a dormir?
—¡Vamos, Paula, no me hagas reír! ¿Crees que no siento nada?
—Bueno, déjame decirte que estoy un poco sorprendida, pensé que sería diferente. Me gusta sentirte dentro de mí, pero, ¿no se supone que debe haber más?
—Sí, lo sé, pobrecilla. Es que me has excitado demasiado, y ahora, si alguno de los dos se mueve, explotaré.
—¿Todo el cuerpo?
—¡No, sólo esta parte, y debemos tener cuidado!
—Bueno, me alegra que tengas puesto el preservativo. ¿Siempre llevas uno?
—Fui a por ellos cuando traje el chocolate.
—¡Pillo!
—No, creo que estoy haciendo las cosas muy mal. En lugar de hacerte el amor y hacerte gozar, estoy aquí, haciendo un esfuerzo increíble por no moverme para que no se termine. ¡Desde luego soy un tonto, estas oportunidades no se presentan todos los días!
—¿Y si hago esto? —preguntó ella con malicia y se movió un poco.
—¡Ten mucho cuidado!
Paula no se había dado cuenta de lo tensa que estaba. En ese momento se relajó, y sus piernas se abrieron un poco más. Sintió cómo el sexo de Pedro se deslizaba más dentro de ella y gimió.
Él también lo hizo, entonces ella aprovechó para acomodar todo su cuerpo, provocando que él se excitara mucho más.
—¡Paula, lo siento mucho, cariño, pero no creo que pueda resistir más! ¡Estoy a punto de tener un orgasmo! ¡Me hubiera gustado que durara más, sobre todo por tratarse de tu primera vez, pero una cosa te puedo decir, va a ser fantástico para mí! Te recompensaré después, ¿de acuerdo?
—¡Claro! —dijo ella encogiéndose de hombros.
Él volvió a gemir y levantó la cabeza, parecía que sentía dolor. Después la besó largamente, movió la cabeza y en dos o tres sacudidas tuvo un orgasmo.
De inmediato, se estremeció y dijo, aún sin haber recobrado el aliento:
—¡Oh, Paula, lo siento!
—No te preocupes, no ha estado tan mal —dijo ella sonriendo—. Y sólo es el principio. Lo haremos otra vez, ahora que ya sabes cómo.
Él soltó una carcajada.
—Gracias, princesa. Eres muy dulce. Además, te estoy agradecido porque me has aguantado hasta el final.
—¿Aguantarte? De ningún modo, yo también he gozado. Sé muy bien que ha podido estar mucho mejor, pero soy muy paciente. Esperaré hasta que te recuperes y entonces… veremos qué sucede.
Pedro se apartó de ella y cayó pesadamente a su lado.
Ella se apoyó en un codo y poniendo una mano sobre el velludo pecho, inquirió:
—¿Estás bien?
—¡Como nunca! ¡He experimentado lo mejor de mi vida… y por desgracia no te pude llevar conmigo!
—Bueno, me recompensarás la próxima vez, como has dicho, ¿no es cierto? Oh… ya sabes que si a ti no te interesa, a Claudio, tal vez…
—¡Vamos, más vale que te mantengas alejada de Claudio! ¡Yo me puedo encargar de ti!
—¿En este momento? —inquirió ella con una carcajada.
—Bueno, no inmediatamente.
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CAPITULO FINAL
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