lunes, 1 de enero de 2018

CAPITULO 19





Paula se detuvo y, apoyándose en Pedro, se quitó un zapato y luego el otro. Él los cogió, parecían tan pequeños en su gran mano. Después se dirigieron a la planta alta.


Harían el amor.


Ella lo sabía, sólo se preguntaba cuánto tiempo tardaría en ceder, pero sabía tan bien como él cuánto lo deseaba. Ella lo miró sonriendo. Parecía que se podían comunicar. Él pensaba lo mismo.


La respiración de Pedro parecía un poco acelerada, sobre todo cuando miraba el cuerpo de ella mientras subían; se le pegaba la ropa a los muslos y él no podía evitar sentirse totalmente excitado. Apretó su mano con fuerza. También ella parecía percibir lo que Pedro sentía.


Él la besó en el primer descansillo de la gran escalera. No había podido esperar para hacerlo. Con una mano, la apretó contra su cuerpo, y con la otra, acarició su nuca mientras la besaba con pasión.


Lentamente, él separó sus labios de los de ella sin dejar de mirarla. A Paula le pareció ver pequeños destellos a su alrededor. Estaban a punto de continuar su ascenso cuando ella murmuró:
—Priscila te enseñó muy bien.


Pero para su sorpresa, Pedro no pareció molestarse en absoluto y explicó sonriendo:
—Su nombre era Marie Jo, y fue en segundo año en Temple, Ohio.


—¡Vaya! ¿Acaso los alumnos de segundo grado besan así?


—Si se llaman Marie Jo y están en la misma escuela, lo hacen.


—¿Y después de ella? ¿A quién besaste?


—Bueno, Marie Jo me acaparó, así que no besé a nadie más hasta el tercer año.


—¡Vaya, eres un hombre experto y decidido!


—He estado recordando ese beso desde el año pasado, cuando te vi entrar en la biblioteca y cerrar la puerta con llave, vestida con «ese» vestido.


—¡Otra vez! ¡No hay nada de malo en mi vestido!


—¿Acaso he dicho que lo haya?


—Bueno, cada vez que lo mencionas parece que te refieres a algo escandaloso.


—Bueno, porque lo es.


—¡Shhh… además me has besado antes!


—Lo sé, lo sé. Pero no puedo evitarlo, tus labios me enloquecen tanto como tu cuerpo.


—¿Acaso la familia de Marie Jo te deportó a Texas?


—Así es. Saul y Felicia gastaron casi toda su fortuna para evitarlo, pero al final, perdieron el caso y fui deportado. Desde que estoy aquí me he sentido muy solo. Hay demasiados hombres y muy pocas mujeres.


—¿Es que no has podido atraer a ninguna mujer? —inquirió ella con ironía.


—Sólo a Lucila.


—Bueno, es suficiente para enloquecer a un hombre.


En ese momento, oyeron las carcajadas de una mujer. 


Ambos se volvieron para ver si el otro las había oído. Como así había sido, sólo se rieron con discreción.


—Compórtate —repitió ella, recordando lo que Leonel les había advertido.


—¿Ahora?


Los dos volvieron a reírse, y ella explicó:
—Es un fantasma. ¿Nunca te ha hablado de ella Leonel?


—No.


—Bueno, se lo puedes preguntar la próxima vez que lo veas.


—Es muy probable que se encuentre en su habitación. Ahora comprendo por qué no ha querido invitar a nadie más.


—Creo que te equivocas. Él no invitó a nadie más por si tú no me prestabas atención. Entonces él hubiera tenido que pasar más tiempo conmigo.


Cuando por fin llegaron a la habitación del ático, abrieron la puerta lentamente. Estaba abierta, igual que la noche anterior, Paula la tenía para ella sola. Había una luz tenue proveniente de una lámpara y sólo la colcha de su cama había sido retirada.


—Miraré debajo de las camas —dijo Pedro sonriendo y cerrando la puerta.


Ella también sonrió complacida.


Pedro hizo lo que había prometido, sólo encontró un calcetín debajo de una de las camas, era de él. Después se dirigió al armario y, después de sacar el vestido rojo de Paula, se lo mostró, como queriendo decir que era demasiado pequeño, luego preguntó:
—¿Dónde está la combinación que llevabas bajo el vestido?


—No llevaba.


—¿No llevabas puesta la combinación? ¿Y aun así me ofreciste quitarte el vestido? —estaba indignado.


—Vamos, Pedro, aunque hubieras aceptado, nunca lo hubiera hecho. 


Se acercó a ella y rodeándole la cara con las manos, le dijo:
—¿Quieres decir que andas por ahí, libre y solitaria, sin nadie que te acompañe? Y sobre todo, nadie que advierta a los hombres de ti.


Ella asintió con la cabeza, su respiración empezaba a acelerarse.


Entonces él la rodeó con los brazos y la acercó tanto a su cuerpo, que Paula sintió que se derretía. Podía sentir sus fuertes manos hundiéndose en su enfebrecida piel.


Pedro la hacía sentirse muy extraña. Suspiró, se sintió un poco mareada cuando trató de exhalar.


Casi a punto de desmayarse, Paula sintió los ardientes labios de Pedro sobre los de ella, después, acercándose a su oído, él murmuró:
—¿Y este vestido? ¿Estarías dispuesta a quitártelo?


Ella aún se sentía mareada, él no sabía si era una buena señal o no. Sin importarle, él levantó el vestido por la parte inferior y trató de sacárselo por la cabeza, pero no pudo hacerlo, ella llevaba puesto un cinturón.


Paula sonrió y señaló el cinturón.


Tembloroso, él trató de desabrocharlo. Ella lo miraba divertida.


Pedro se volvió y no pudo evitar besarla de nuevo, pero después la soltó. Necesitaba toda su concentración para poder lograr lo que se proponía.


Se quitó la chaqueta, los zapatos, la corbata; todo con suma facilidad, pero no podía hacer nada con el cinturón de Paula. Entonces procedió a quitarse su propio cinturón y se bajó la cremallera de los pantalones.


—Cierra los ojos —le dijo antes de proseguir.


Así lo hizo, pensando que tal vez era un poco tímido.


Casi se arrancó los botones de la camisa al quitársela, tan ansioso estaba, retiró los gemelos y se despojó de la camisa.


Viendo cómo se había despojando de su camisa, Paula siguió su ejemplo y se desabrochó el cinturón.


Cuando él se dio cuenta, se quitó los pantalones.


Pero ella permaneció quieta, no se quitó el vestido.


Pedro se acercó. Después de todo, ella se había desabrochado el cinturón. Le dio otro de esos besos que la dejaban sin aliento, Paula se quedó un poco temblorosa y gimió de placer.


Pedro estaba muy nervioso. Con manos temblorosas, trató de continuar lo que había empezado y por fin le quitó el vestido. El sujetador que cubría sus senos era tan femenino… la admiró embelesado.


Con suma delicadeza, él empezó a besarla en otras partes del cuerpo, ella era tan delicada, tan femenina. Los dos empezaban a excitarse mucho más.


Ella se estremeció de deseo.


—¿Tienes frío? —inquirió él.


Ella asintió.


—¿Me deseas? —preguntó él otra vez con voz sensual sin dejar de besarla.


Ella volvió a asentir.


—¡Vaya, ya veo que eres muy comunicativa! 


Paula parecía tan inocente, con su ropa interior de satén. Además, al lado de Pedro, un hombre tan atlético, parecía una niña pequeña.


Pero él estaba muy excitado, y murmuró:
—Paula, cariño…


—¿Quieres que me quite las medias?


—Sí.


Ella se sentó al borde de la cama, entonces él se arrodilló delante de ella y dijo:
—Creo que voy a enloquecer.


—Yo también.


Su rostro se iluminó. Apoyándose en los muslos de ella, preguntó con insistencia:
—¿De verdad me deseas?


—Sí, mucho.


—¡Oh, Paula! —Pedro apoyó la cabeza sobre el vientre de ella, y rodeó sus caderas con los brazos y la abrazó con ternura.


Ella le acarició el pelo con ternura y a la vez con pasión.


En ese momento, él frotó su rostro sobre el delicado vientre, hasta llegar a los senos. ¡Era muy erótico!


Entonces, metió las manos en las braguitas y se dio cuenta de que ella llevaba liguero. Era muy sensual, empezó a desprenderlo con delicadeza. Después, con gran habilidad, retiró una media y luego la otra.


Paula sonrió.


Cuando terminó, cogió los fríos pies de Paula entre sus manos y los frotó para calentarlos un poco, después los colocó sobre su desnudo pecho.


—¡Deseo hacerte tantas cosas, querida Paula, pero no quiero que te asustes!


—¡Cuánta consideración! ¿Puedo yo también ponerte las manos encima?


—¡Oh, por favor, hazlo! —respondió él ansioso.


Al mirarla, suspiró. Paula era tan sensual.


Por fin, ella dijo con nerviosismo:
—Siéntate —y se apartó un poco para que él pudiera hacerlo.


Él aprovechó el momento para retirarle las braguitas.


Ella lo imitó, pero Pedro tuvo que ayudarla a quitarle su propia ropa interior.


—¡Oh, Dios, Paula! —suspiró él mirándola con sorpresa.


Ella se despojó por completo de sus bragas, él no podía dejar de mirarla.


—¡Paula, no estoy seguro de que puedas tocarme, estoy tan excitado que no sé si podré controlarme!


—Pero… deseas hacerme el amor, ¿verdad?


—¿Tú qué crees?


—Bueno, entonces, ¿cuál es el problema?


—Si dejas que te haga el amor, podrás hacer lo que desees conmigo después. Me gustaría dejarte hacerlo ahora, pero… —él suspiró y dijo casi con un gemido—. ¡Oh, ni siquiera puedo hablar de ello…!


—Bueno, si tienes un preservativo, yo podría ayudarte a ponértelo.


—¿Sabes cómo?


—Bueno, en teoría.


—No sé si podré soportarlo.


Pedro, de verdad me halagas.


—Te deseo tanto, ¡estoy a punto de explotar!


Ella se estremeció también, sus senos se movieron excitándolo aún más.


—Bueno, estoy tan ansiosa como tú.


—Si lo hacemos con cuidado, tal vez pueda esperar hasta que esté dentro de ti.


Entonces ella se rió, un poco como la risa que habían oído al subir.


—Creo que la mujer que oímos, también estaba haciendo el amor.


—Podría apostarlo.



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CAPITULO FINAL

Habiendo crecido en una familia tan grande como la de  Pedro , Paula no se sintió incómoda entre la gran familia de su marido. Era como ...