lunes, 1 de enero de 2018
CAPITULO 15
Pedro no parecía tener prisa. La noche empezaba a caer. Los dos hombres charlaban y contaban historias para entretener a Paula.
La mayor parte del tiempo, eran ellos los que se reían, algunas veces Paula ignoraba el porqué. Pero ella recordó que los hombres tienen un modo muy especial de hablar, que sólo ellos entienden, se trata de una raza aparte.
Pedro cuidaba a Paula y estaba atento a lo que los hombres decían. Sugirieron que Pedro se marchara y que ellos se harían cargo de Paula, después soltaron una carcajada.
Parecían saber quién era ella. ¿Cómo era posible?
Cuando oscureció por completo, Pedro se puso de pie y se estiró un poco. Nicolas se dirigió a Paula:
—¿Quieres refrescarte?
—¿Dónde?
—Tenemos un lugar privado. Julian lo está limpiando un poco.
Ella titubeó.
Nicolas la tranquilizó diciendo:
—No te preocupes, lo ha lavado. Sólo ten cuidado de no resbalar con los residuos de la nieve.
Pedro la acompañó. El lugar estaba muy limpio, había un gran lavabo con agua corriente. Cuando ella salió, los dos hombres ya habían sacado los caballos y los tenían listos para cabalgar.
Paula se despidió y les agradeció su hospitalidad.
—Volved pronto. Será un placer. Tenemos que quedarnos aquí una semana. Nos gustaría hablar más contigo, eso puede ampliar nuestros horizontes.
—Muy bien, vámonos —dijo Pedro.
Los dos montaron y pudieron ver que los hombres los observaban alejarse.
Pedro se detuvo y les indicó que entraran en la cabaña.
—¿Por qué has hecho eso?
—Creen que te voy a llevar a los matorrales, y tratan de ver a dónde vamos.
—¿Qué?
—Bueno, no tienen nada mejor en que pensar, Paula, y nunca hablan con mujeres.
Paula se dio cuenta de la clase de hombre que era Pedro. Y sabía perfectamente por qué se había sentido atraída por él.
Era un hombre muy inteligente y tolerante
Consideró la manera en que había tratado a Nicolas y a Julian. Eran un par de vagos sin educación; sin embargo, él los había tratado con respeto a la vez que se había adaptado a su tonta conversación. Hasta el detalle de la puerta había sido una forma de demostrar que él era muy superior a ellos, y que le debían respeto.
Pedro había sabido llevar la situación, sin descuidarla a ella, y sin ser desatento con ellos.
¿Y Pedro pensaba que Leonel era el mejor?, se preguntaba ella. Sería interesante saber la verdad, ¿quién era el mejor?
Los caballos estaban muy descansados y galopaban con ligereza. Paula era buena amazona, Pedro comentó:
—¿Sabes? Creo que podrías montar el pinto sin problemas.
—No después de tus recomendaciones.
—¡Vamos, Paula, yo no te pondría en peligro! Ahora comprendo por qué Leonel dijo que lo podrías hacer, y pensar que yo objeté.
Ella le lanzó una mirada.
—No hagas eso —le advirtió él.
—¿Qué?
—Mirarme de esa manera. Por lo menos no cuando estoy tratando de controlar esta bestia.
—¿Ese animalito?
—Te cambio el caballo.
—Muy bien.
—¡Estoy bromeando!
—Bueno, creo que lo controlas bastante bien. Además, ¿no crees que si lo monto y lo puedo controlar, podré hacer lo mismo con el pinto?
—Podría ser.
Desmontaron.
A ella le pareció que el caballo era muy manso.
—Me has mentido, el caballo parece un gatito.
—Paula, ahora me podrás acusar. Pero si insistes en montar el pinto, dime, ¿sabes cómo caer?
—Igual que a ti, fue lo primero que me enseñaron.
Siguieron cabalgando y durante un rato él no habló.
—Cariño, en realidad no me gustaría que montaras al pinto. Leonel está tan entusiasmado que creo que te podría convencer. Pero a mí no me hace gracia, no quiero que te pase nada.
—Comprendo. Si de verdad no quieres que monte al caballo, no lo haré.
Paula no deseaba llevarle la contraria a alguien que amaba. En especial, sin existir razones para demostrar valor o cualquier cosa similar.
Pedro la miró con satisfacción. Para él también era importante que ella deseara complacerlo. Era una manera de decir que se sentía segura y que no necesitaba demostrarlo.
Ella se volvió y dijo juguetona:
—¡Mira, sin manos! ¡Ya conoce el camino a casa!
—Sí, pero ten cuidado. Está oscuro y cualquier cosa lo podría asustar.
—Está bien.
—¿Quieres que cambiemos de caballo otra vez?
—No es necesario.
Pedro empezaba a sentir que el amor surgía en su corazón.
¡En sólo dos días! Sí, desde que la había visto entrar en la biblioteca con ese vestido. ¡Ese pecaminoso vestido!
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CAPITULO FINAL
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