lunes, 1 de enero de 2018
CAPITULO 12
Ella se dirigió hacia el baño. Antes de entrar, se dio cuenta de que Pedro se estaba frotando el cuello. Parecía cansado.
¡Cómo deseó poderlo hacer ella misma!
Se lavó los dientes y la cara. Estaba tan cansada…
Después se puso su camisón de franela y se calzó las zapatillas.
Salió del baño y se dirigió hacia la habitación, pero cuando abrió la puerta se dio cuenta de que Pedro se encontraba tumbado en la cama.
—¿Has terminado? —preguntó él incorporándose.
—Así es —respondió ella metiendo su ropa en el armario.
Empezaba a sentir frío.
—Parece que tienes doce años.
—Pero tengo más del doble.
—¿Hay beso de buenas noches?
—Tal vez —dijo ella, pero sabía que deseaba más de uno, tal vez dos o tres
Pedro se levantó y la abrazó. Ella no opuso resistencia. Se dio cuenta de que la bata de él estaba en el suelo.
—Me alegra que no te hayas duchado —comentó él—. Hueles muy bien.
—¿Cómo lo sabes?
—No tienes el pelo mojado.
—Se hubiera congelado. ¿No crees?
—Yo te hubiera mantenido caliente.
—Mmm…
—Bueno, creo que me quedaré un rato, sólo para calentarte la cama.
Él se sentó y levantó las mantas invitante. Sus zapatos también estaban en el suelo.
—Prefiero que no lo hagas.
—No comprendo el porqué de esa actitud. Lo único que me preocupa es tu bienestar. No quiero que te congeles, eso es todo. Sabes muy bien que este tipo de tormentas son las peores. ¡Quién iba a pensar que tendríamos una en esta época del año!
—A mí no me extraña.
Él se tapó con las mantas y dijo con un gesto invitante:
—Estoy aquí para evitar que te congeles. Vamos, métete en la cama. Casi estás temblando.
—No estoy muy segura de que no seas como Claudio. Con la excusa de calentarme la cama te quedarás… y después… quién sabe.
—Lo que tú desees.
Ella suspiró y no se movió.
—Vamos, apuesto a que lo que te alarma es el recuerdo de Claudio. Yo soy inofensivo. Venga, ya está caliente. Entra rápido, antes de que se enfríe —añadió él. Así lo hizo. Sin más ni más. Se metió en la cama con él, y él también estaba caliente. Era mucho mejor que una manta eléctrica, o calefacción en la habitación. Además, ocupaba bastante espacio.
Pedro la abrazó. Su respiración parecía fuego. La acercó más a él y cubrió sus helados pies con los de él. Después la besó.
Sí, sus labios cubrieron los de ella sin tregua alguna. Ella se rindió. Era como si estuviese en las nubes. Se sentía excitada, muy excitada.
Aun así, siguiendo los dictados de su razón, dijo:
—Buenas noches.
—¿Vas a poner las cosas difíciles? —preguntó él riéndose
—Tan difíciles como sea posible. Mira, Pedro, se supone que no deberías estar en mi cama. Tú tienes tu propia habitación.
—¿Y dejarte aquí sola? ¡De ningún modo, he venido a protegerte!
—¿Y quién me protege de ti?
—¿Es que… no me deseas? —preguntó él después de una pausa, sin dejar de mirarla a los ojos.
—Te conozco muy bien, te conozco desde hace tiempo, Pedro. Pero tú, ni siquiera habías notado mi existencia, hasta que me viste en la puerta de mi casa, y me reconociste en la fiesta, pero no por mí, sino por el vestido que llevaba puesto.
—¿Acaso te molesta que nunca me hubiera fijado en ti antes? ¿Esa es tu venganza?
—No, es sólo que creo que debes estar seguro de tus sentimientos antes de que te involucres conmigo. No me gustaría que me hicieran daño.
—¡Vaya! ¿Quieres esperar? ¿Hasta cuándo?
—Sí, el sexo es importante para mí. No quiero hacerlo instintivamente como un animal. Cuando te ofrezca mi cuerpo, deseo que sea por amor, no sólo para que te desahogues.
—¡Bueno, creo que estoy bastante deseoso, tan deseoso como un hombre de carne y hueso puede estar? ¿No es suficiente?
—Sí, pero deseoso del sexo. Yo deseo amor.
—¡Realmente te gusta hacer las cosas difíciles!
—¡No estoy haciendo nada!
—¡Te pusiste ese vestido para tentarme!
—¡Vaya, sigue insistiendo! ¡El vestido no tiene nada que ver, es totalmente decente! —fue al armario, lo sacó y se lo mostró—. ¿Lo ves, qué hay de malo en este vestido?
—Tienes razón. Creo que lo escandaloso es tu cuerpo.
—¡Tonterías! ¡Mírame! —lo retó ella.
—Quítate el camisón y veremos si es verdad.
—No soy tan tonta.
—Vuelve a la cama. Te vas a resfriar.
Ella obedeció inmediatamente. Él la abrazó con fuerza y la besó otra vez.
—¿Ves? Estás temblando.
—Estoy temblando de deseo —se atrevió a decir ella.
—¿Paula?
—¡No!
—Pero… acabas de decir que…
—Lo sé, pero puedo esperar.
—Yo no estoy tan seguro de poder hacerlo.
—¿Puedo ayudarte a que lo hagas solo?
—¿Lo harías? —preguntó él sorprendido.
—Sí, sé que duele.
—¡Vaya! No te preocupes, si tú puedes esperar, yo también lo haré. ¿Cuánto, quince minutos?
Él la abrazó con fuerza y gimió.
—¡Oh, Pedro! —dijo ella en un murmullo—. ¡No sabes cuántas veces he soñado con estar contigo en la misma cama!
—¡Es tu oportunidad de hacer que tus sueños se conviertan en realidad!
—¡Basta, creo que sólo te interesa mi cuerpo! Ni siquiera me conoces lo suficiente para desear hacerme el amor.
—Bueno, yo tomo decisiones con rapidez.
—Vamos, fui yo la que interrumpió tu melancolía debida a esa horrible mujer.
—¿No la vas a eliminar del resto de nuestras vidas? Creo que dijiste que no te gustaría que yo lo mencionara en veinte años, y escucha quién la ha mencionado más veces, ¡tú! Además, ¿te das cuenta de que hemos pasado más de doce horas juntos? El equivalente a tres o cuatro citas. ¿Acaso no deberías ser más amigable?
—Creo que lo he sido. Me has besado varias veces, y tus manos no se encuentran en lugares muy discretos.
—¿Lo has notado? Pensé que ni lo habías sentido.
—Desde que pusiste la cabeza en mi regazo, no has perdido oportunidad para estar más cerca de mí.
—Qué observadora.
—Creo que lo único que deseas es tener sexo conmigo.
—¿Es eso lo que crees en realidad?
—Tal vez. ¿Cómo ha llegado tu mano hasta ahí?
—Sólo estaba inspeccionando las formas femeninas.
—¡Basta!
—¡Vamos, sé que me deseas!
—Yo misma te lo he dicho.
—Pero es verdad. No lo dijiste sólo para halagar mi vanidad. En realidad me deseas.
—Y?
—Primero provocas a un hombre, y después estás dispuesta a renunciar a él, aunque no sea eso lo que deseas.
—¿Quién ha hecho eso?
—Vamos, bésame y dime cuánto me deseas.
—No creo que sea muy seguro.
—Yo te protegeré. Tengo algo para protegerte.
—¿Sí, dónde lo conseguiste?
—Cuando fui al baño de hombres.
—¿Es que hay anticonceptivos en el baño? ¡Qué casa de iniquidad!
—Bueno, es necesario, si no, dime, ¿dónde están tus tres virginales compañeras?
—No lo sé…
—Bésame y dime cuánto me deseas —insistió él.
—Creo que estoy empezando a sudar. Estás como un horno.
—¡Permíteme quitarme estos incómodos pantalones!
—¡No!
Él tiró los pantalones al suelo.
—Así está mejor. Me siento más fresco.
—No creo que sea muy buena idea.
—¿Acaso deseas que esté más caliente?
—No. Creo que debes ponerte los pantalones.
—¿Ah, deseas quitármelos tú misma? Muy bien, adelante.
—Pedro…
Él no la dejó terminar, la besó con pasión y la hizo perder el aliento. Su mano tocaba los excitados senos a pesar del grueso camisón de franela.
Paula sintió la dureza de sus palmas en la parte interior de sus delicados muslos. Eran las manos de un hombre trabajador, de alguien que montaba caballos. Ella no pudo evitar responder con sensualidad a sus caricias.
Él le desabrochó el camisón y bajó la cara al torso desnudo.
Empezó a acariciar su cuerpo buscando sus pezones con la lengua, cuando por fin los encontró, ella gimió de placer.
Estaba perdida.
La adoró, sus manos y su boca acariciaban todo su cuerpo.
Él también gimió al sentir la calidez del cuerpo femenino.
De pronto la joven comprendió que estaban desnudos. Ella continuó emitiendo pequeños sonidos, más bien como ronroneos al sentir las caricias de Pedro. Parecía
que le hacía el amor con cada parte del cuerpo, las manos, los brazos, la lengua, los labios… pero no trataba de hacerle nada más.
Ella le indicó como pudo que sería suya cuando él lo deseara, pero él no la tomó. Siguió tocándola y explorando su cuerpo. Era tan tierno y sensual, pero no hacía el menor movimiento para hacerle el amor.
Finalmente, él la abrazó y la inmovilizó.
Se quedó quieta. Ignoraba por qué él se había quedado inmóvil. Tal vez había oído que alguien subía a la habitación.
¿Y si alguna de las otras mujeres hubiera decidido irse a dormir? ¿Qué haría, lo levantaría y le pediría que se marchara?
Sería una gran sorpresa para cualquiera.
Pero en ese momento ella oyó algo parecido a un ronquido.
Notó el cuerpo de Pedro más relajado, y al fin se dio cuenta de lo que había ocurrido, ¡estaba profundamente dormido!
No podía creerlo. Ella estaba allí, deseosa, dispuesta a todo, ¡y él se había dormido! ¡Se sintió excitada y ansiosa! Lo necesitaba… lo deseaba… estaba casi… sintió ganas de reírse.
Pero él roncaba y poco a poco el fuerte abrazo cedía.
Fue entonces cuando unos celos intensos llenaron el corazón de Paula. ¿Cuántas veces había estado Priscila entre esos brazos que sabían cómo abrazar a una mujer durante el sueño?
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CAPITULO FINAL
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