lunes, 1 de enero de 2018
CAPITULO 4
Paula se volvió para mirar a Pedro y preguntó con seriedad:
—¿Qué crees que haces sobre mi regazo sin previa invitación?
—Bueno, creo que eres una buena samaritana.
—¿De veras?
—Bueno, acabo de experimentar una posesión de un extraterrestre, quien por un momento, tomó mis decisiones, mi voz y mi cuerpo. Te agradezco lo que haces por mí.
—¿Qué?
—Bueno —él trató de decir algo lógico—. ¿Me crees?
—¡Vaya! —exclamó ella, incrédula.
—¡Oye, parece que no estás totalmente convencida de que lo que ocurrió fue verdad!
—¡Qué brillante deducción!
—Pero es verdad… Así ocurrió.
—Sólo tengo tu palabra.
—¡No se trata de eso! ¿Y tu experiencia? Por lo que yo entendí, él buscaba tener alguna explicación acerca del sexo. ¿Acaso no te sugirió durante la posesión que tu vestido es transparente?
—¿Cómo puedes recordarlo?
Pedro se llevó una mano a la cabeza tropezando con los senos de ella.
—Perdón… Lo siento, pero no puedo recordar cómo ocurrió. Tal vez fue necesario que una parte de mi consciencia se encontrara presente para que no me invadiera el terror.
—¡Vaya, por lo menos piensas bastante rápido! Te doy un punto por eso.
—¿Quieres decir, que en realidad no crees en el invasor? —inquirió él llevándose la mano a la cabeza de nuevo.
—Atrévete a rozar mis senos por accidente, y me encargaré de que recibas tu merecido.
—¡Vaya, creo que tú también has sido poseída! ¡Nunca había oído una amenaza así de una dama!
—Por fortuna, las damas en estos tiempos han aprendido a defenderse, y saben muy bien que no tienen por qué soportar roces accidentales, ni cualquier otro tipo de movimiento que no las satisfaga por completo.
—¿Oh, se trata acaso de un reglamento?
—¿Acaso el extraterrestre se está apoderando de tu cuerpo otra vez?
—¿Qué… extraterrestre? —repuso él sonriendo.
Ella suspiró. Se estaba empezando a hartar. Después, lo amenazó:
—O te quitas de mi regazo o te quedas sin «manzana de Adán».
Él se incorporó y agregó:
—Lo has sacado de la Biblia. El culpable Adán no pudo pasar el trozo de manzana con el que Eva lo había tentado.
—Fue al revés, Adán le estaba ofreciendo la manzana a Eva, cuando Dios lo sorprendió y dijo: ¡Aja!, como él ya la había mordido, Dios hizo que se quedara ahí, como símbolo de lo evasivos que sois los hombres.
—Vaya, eso no está en el manual. Tal vez tienes otra edición. A propósito, ¿qué fue lo que viste cuando frotaste la hoja de parra que cubre a Adán? ¿Sus genitales?
Ella no dijo nada. Pedro insistió:
—Te vi.
—No tengo por qué discutirlo contigo. No es asunto tuyo.
—¿Sabías que yo he visto ese cuadro infinidad de veces, y nunca me había percatado de que la hoja se mueve?
Ella siguió callada.
—Vamos, ¿qué hay bajo la hoja?
Ella se negó a contestar y guardó silencio.
Él se puso de pie y suspiró, después dijo:
—Me imagino que tendré que investigarlo por mí mismo. Y creo que me llevaré un chasco. Recuerdo muy bien haber ido a un restaurante donde todo el mundo miraba con insistencia el tocador de las damas. Yo comenté que me parecía una actitud un poco infantil. Pero uno de los camareros me lo explicó: «lo que pasa es que en el tocador hay un cuadro de Adán y Eva. Ambos están cubiertos con hojas de parra, y hay un letrero que prohíbe levantar la hoja de Adán», después él no dijo nada más.
Pedro hizo una pausa y miró a la chica.
—Poco después, una elegante dama entró sola al tocador y levantó la hoja de parra. Sonó una alarma y hubo ruidos de campanas y cornetas en todo el restaurante. Cuando ella salió, se encontró con que todo el mundo la miraba y aplaudía en medio de carcajadas.
—Estoy segura de que no volvió a ese restaurante.
—¿No sientes curiosidad por saber lo que vio?
—¿Un sistema de alarma?
Él soltó una carcajada e insistió:
—Vamos, ¿no me vas a decir lo que hay bajo la hoja?
—¿Qué te imaginas que puede haber?
—Dímelo.
—Míralo tú mismo.
—No me gustaría ver sus genitales.
Ella no dijo nada, sólo sonrió.
—¿Se trata de algo gracioso?
—Míralo por ti mismo.
—¡Te has reído!
—Tal vez lo que es gracioso para mí, no lo sea para ti.
Él no dijo nada. Pensó que ella insinuaba que él no tenía sentido del humor. Poniéndose de pie, ofreció:
—¿Te apetece una copa de brandy?
—Aún tengo vino.
—Y con un nombre muy raro. «Alie», ¿qué clase de vino es?
—Es un vino californiano.
Él se sirvió un poco más de brandy y lo paladeó. No lo debería tomar como ella su vino, el brandy era mucho más fuerte. Al pasar junto al cuadro de Adán, él lo miró. Sentía que era un reto, pero no quería hacer el ridículo delante de una chica tan guapa.
—¿Has venido a la fiesta por el vestido que Leonel te regaló?
—No.
—¿Por qué estás aquí? ¿Eres la nueva novia de Leonel?
—No.
—¿Entonces?
Ella se encogió de hombros haciendo que el vestido se moviera y hubiera un efecto luminoso debido al reflejo del fuego sobre las lentejuelas.
En ese momento, Pedro recordó que ella había dicho antes que se encontraba allí debido a él. ¿Pero… por qué? ¿Qué era lo que ella deseaba de él? ¿Por qué una mujer preferiría a Pedro Alfonso si podía tener a Leonel? ¿Lo estaba utilizando para darle celos a Leonel? Pedro frunció el ceño y se alejó de ella.
Pero se dio cuenta de que no deseaba perderla de vista. Se dirigió hacia la parte de atrás de la chimenea y se quedó en la penumbra. Él la podía ver, pero ella no.
Pero sabía que ella era el centro de atención, y se movió como toda mujer que sabe que está siendo observada por un hombre apuesto.
Levantó la cabeza, se mojó los labios con la lengua y aparentó indiferencia
Después se dirigió hacia el fuego y lo alimentó con pequeños trozos de leña.
Pedro no le quitaba la vista de encima.
—Me siento un poco inquieta —se volvió hacia donde estaba él, y dijo—: Así, en la penumbra, pareces un cuerpo sin cabeza.
—Y así me siento.
Pedro se puso de tal forma, que por un momento, ella no pudo verlo.
—Has desaparecido.
—Sí, soy un vampiro. ¿Es que no oyes el sonido que emito con mis alas?
—No me muerdas, por favor.
—No sólo muerdo el cuello, me gusta morder otras partes más apetitosas.
—Ah… eres uno de esos…
—Vaya, así que eres una especialista en hombres.
—Los que yo he conocido, por fortuna han sido bastante agradables, pero, ya sabes, nunca faltan las amigas que cuentan cosas extrañas de sus conocidos. Ésa es la razón por la que les gusta reunirse. Así, todas podemos estar preparadas en caso de cualquier eventualidad.
—¿Y, acaso has oído cosas acerca de Leonel?
—¡Sí, claro!
—Oh.
—Por eso no quería venir a la fiesta. Pero me convenció cuando dijo que tú estarías aquí.
—¿Yo? —inquirió él, extrañado.
—Sí. ¿Sabes? Tu reputación es bastante buena entre las mujeres
En cierto modo, Pedro se sintió ofendido ante tal comentario. ¿Acaso porque se trataba de su hombría, en cierta forma? No lo sabía. Trató de pensar en lo que Leonel diría y titubeando un poco, dijo:
—Bueno, me alegra oírlo.
—¿Te sorprende tener una buena reputación?
—A decir verdad, sí.
—¿Por qué?
—Me sorprende el hecho de que cualquier mujer hable acerca de mí, en cualquier circunstancia.
—¿Por qué?
Tratando de finalizar la conversación, él dijo con decisión:
—No hay nada más que discutir.
—Alguien dijo que había una mujer… —ella no terminó la frase.
—¿Sí?
—Una mujer que era muy importante para ti.
—¿Y?
—Su nombre era Priscila.
—Lucila, querrás decir —la corrigió él.
—¿Así que aún recuerdas su nombre?
—Sí, salí con ella algún tiempo.
—Nunca has estado casado.
—No —respondió él. Había un poco de tristeza en su voz.
—¿Por qué?
—En realidad soy muy aburrido.
—Y como eres aburrido, el extraterrestre se sintió atraído por ti, porque supongo que no le causarías ningún problema —dijo ella con una sonrisa.
—Es muy probable —respondió él, sabiendo que ella también pensaba que era un hombre aburrido.
Ella lanzó una carcajada. No quería que el ambiente se pusiera melancólico.
—Para tu información, la mayoría de los seres humanos, negarían haber tenido un encuentro con un extraterrestre. Piensan que la gente los evitaría.
—Yo trato de evitar a todos los hombres en general. Se trata de una raza aparte —repuso ella.
—Creo que te equivocas. Si has leído la Biblia, debes saber que los hombres fuimos creados primero.
—Qué comentario más amable.
—Sí, pero recuerda que no funcionó. Necesitábamos algo más, una razón para trabajar, un reto, un propósito.
—Qué aburrido.
—Te sorprenderá pero creo que ésa es la razón por la que atesoramos a las mujeres, hacéis que nuestra vida valga la pena.
—Los hombres, mi querido extraterrestre, tienen a sus esposas en la cocina, mientras ellos salen al mundo para encontrar nuevos «retos». Claro, regresan de vez en cuando, y las premian con un nuevo vástago. Después les compran un coche, para evitar las obligaciones como ir a por los niños al colegio, ir a la compra, etcétera, etcétera. Y por si eso fuera poco, la mayoría del tiempo, ellas tienen que trabajar fuera de la casa también.
—Pero siempre se aseguran de que ellas estén bien, ¿no es verdad?
—Probablemente sólo para procrear otro hijo.
—Creía que ahora la tasa de nacimientos había bajado.
—No gracias a los hombres. Son las mujeres las que por lo general toman sus precauciones.
—¿Así que, tú no deseas tener hijos?
—Prefiero no contestar. Y, a propósito, ¿ya te has recuperado de tu relación con… cómo se llama…?
—Lucila —después, mirándola a los ojos, agregó—: Creo que sobreviviré. No hay por qué preocuparse.
—Muy bien —después de un momento, ella continuó—: Pero, ¿sabes? Las mujeres también hablan de otras mujeres, y te diré algo, el nombre de Priscila ha salido a relucir un par de veces.
—Lucila.
—Lo sé —repuso ella mirándolo con inocencia—. Todas las mujeres la conocen desde… siempre. Y las raíces de su pelo son negras.
Él soltó una carcajada.
—Dicen que te dejó para tratar de pescar al «pez gordo», tu amigo Leonel, pero lo que no sabe, es que Leonel es completamente leal.
—¿De veras?
—Leonel nunca se fijaría en ella.
—¿Por qué estás tan segura?
—Bueno, algunas de las mujeres… fueron testigos de sus… sucios intentos para atraparlo.
—¡Vaya, veo que no tienen otra cosa que hacer!
—Bueno, pensé que te gustaría estar informado de lo que dice la gente.
—Chismosa.
—¡No, en absoluto! Mira, no me malinterpretes. Yo simplemente estaba allí y escuché.
—Escuchaste para después contármelo.
—Escucho y veo muchas cosas. Todo eso me sirve para tener una idea mejor de la clase de gente con la que convivo.
—¿Acaso me estás probando también?
—Vamos, he venido a la fiesta sólo para conocerte.
—¡Vaya! pensé que habías venido, con el vestido que Leonel te compró, para estar con él, no conmigo.
Ella suspiró y se acomodó entre los cojines del sillón.
—Los hombres podéis ser tan estúpidos…
—Y las mujeres sois tan predecibles, ¿no crees? Vamos, Paula, ahora que lo pienso bien, creo que Dios os hizo para mantenernos ocupados, siempre tratando de adivinar vuestras reacciones. De otro modo, la vida sería demasiado aburrida.
—¿Estás insinuando que Priscila era fascinante?
—Ella era… bastante interesante.
—¿Pero, qué hacíais las otras veintitrés horas que quedaban?
Él soltó una carcajada, la miró durante unos segundos y no dijo nada.
Ella esperó pacientemente a que él dijera algo.
—Creo que eres una chica a la que le gusta divertirse —dijo él por fin, sonriendo.
—Creo que te equivocas.
—¿Me equivoco? Entonces, ¿por qué te has puesto ese escandaloso vestido?
—Pensé que llamaría tu atención.
—Pero no actúas de acuerdo a lo que vistes.
—¿Qué quieres decir?
Alguien llamó a la puerta, pero ellos soltaron una carcajada y no abrieron.
—Bueno, en lugar de ser amable, te haces la difícil, y pretendes pasar por alguien muy conservador.
—¡Vaya! ¿Qué clase de mujer pensabas que era?
—Mmm… ¿más liberal?
—Sí… entrega inmediata, ¿verdad?
—Ya ves. Lo sabes.
—Pues te equivocas.
—No te entiendo. Admites haber venido para conocerme. ¿Qué mejor manera que ésa?
—¿Acaso esa forma de conocer a un hombre tiene éxito?
—Aún no.
Los dos se rieron.
—¿Quieres más vino? Creo que ya es hora de que tomes algo.
—Parece que eres más observador de lo que pensé.
—De hecho, sólo has tomado un trago, que te hizo toser y estremecerte.
—¿Así que en realidad llegaste antes?
—¿De qué otra forma habría podido entrar de no haber sido así?
—Por lo que dijiste, eres capaz de cualquier cosa. ¿No es verdad que saltaste una valla bastante alta con uno de los caballos de Leonel?
—Bueno, lo hizo el caballo, no fui yo.
—¿Ves? eso es lo que todo el mundo dice de ti. Que no importa lo que hagas, si se trata de algo especial, siempre lo atribuyes a la suerte.
—Pero en esa ocasión, sí se trató de la suerte. El caballo es realmente malo.
—Pero Leonel lo adora. Y ahora, puede saltar la valla con él, porque tú lo enseñaste.
—Es un caballo estúpido, pero si hay yeguas al otro lado de la valla, estoy seguro de que saltará. Tiene buenos instintos. Tal como los míos. Si hay algo interesante al otro lado, yo también salto.
—No me sorprende. ¿Cuántas vallas has saltado hasta ahora?
—Como el caballo, no he aprendido a saltar sin hacerme daño.
—¿Estás seguro?
—Podríamos hacer la prueba. Sal de la habitación y veremos cómo llego hasta ti.
—¿Cómo lo harías? ¿Cogiendo impulso y saltando después?
—No. Tengo una escalera de mano.
—En ese caso, creo que yo también puedo hacerlo. Yo tengo una escalera mucho más grande.
—Y yo tengo una que llega hasta el tercer piso.
—No tengo la menor intención de acostarme contigo.
—Bueno, las cosas pasan. Los volcanes hacen erupción. Existen colisiones cósmicas. Las sorpresas pueden sorprender a todos. Son tan inesperadas.
—No —dijo ella sonriendo.
—¿Es el destino?
—Aún no.
—¿Eres enemiga del sexo?
—Podría ser.
—No lo creo, a juzgar por esta noche. Te deseé desde que te vi coqueteando y actuando como la mujer «liberal» que dices no ser.
—Lo único que deseaba, lo creas o no, era llamar tu atención.
—Bueno, pues lograste que todos los hombres de la fiesta te miraran de la misma manera que yo lo hice.
—No digas tonterías.
—¿Cómo puedes venir a la fiesta llevando el vestido que te compró Leonel, y decir que sólo deseas conocerme? ¿Cómo esperas que seamos amigos cuando mi mejor amigo te compró esa clase de vestido?
—Bueno, por lo que veo, el hecho de que lleve el vestido que él me regaló no te ha prevenido de estar conmigo. Además, si Leonel aprecia tu gesto, no tendrá nada que ver con Priscila, ¿o sí?
—¿Quieres que me marche?
—No.
—¿Cuándo te vas a acostar conmigo?
—Oh, podría hacerlo esta noche. Pero no tengo planeado hacer el amor.
—¿Pero, cómo sería posible que te acostaras en la misma cama que yo, y no hiciéramos el amor?
—Así. Sin hacerlo, eso es todo.
—Sólo tientas a los hombres.
—Ni siquiera me he acercado a ti —dijo ella, indignada.
—Pero te has puesto ese vestido.
—¡Vamos? Hay más tela en este vestido que en diez o veinte trajes de baño.
—¿Acaso los trajes de baño que usas son muy reveladores?
—No.
—Bueno, por lo menos, es un alivio saberlo. Y, dime, ¿con cuántos hombres te has acostado?
—Con ninguno.
—¿Nunca?
—¡Nunca! ¿Y se puede saber por qué te sorprende tanto?
—¿Nunca lo has hecho, y te atreves a ponerte ese vestido?
Ella dio un salto bastante sobresaltada y, acercándose a él, exclamó:
—¿Qué diablos tiene de malo el vestido? No has hablado de otra cosa desde que descubrí que estabas en la habitación, poseído por un extraterrestre.
—Fue el vestido. Me dejó sin habla y me puso en órbita
—¡Muy bien, me lo quitaré, y sólo llevaré la combinación!
—¿Llevas combinación?
—¡Vaya, Pedro! Ahora comprendo que en realidad eres un extraterrestre. La mayoría de las mujeres usan combinación. ¿Con qué clase de mujeres has salido?
Ella caminó hacia la ventana. Estaba bastante irritada.
Después de algún tiempo, llamaron a la puerta y se oyó una voz:
—¡Comida!
Ella abrió la puerta y preguntó:
—¿Para quién?
—Para los que se encuentren ahí —respondió el camarero con amabilidad.
—¡Vaya! ¿Es un servicio completo?
—Sí. ¿Lo desea?
—Claro. Déjelo ahí. Nosotros nos serviremos.
—Son casi las diez. Estaremos aquí toda la noche. Si necesitan algo, sólo pídanlo. ¡Feliz año nuevo!
—Gracias, ¡feliz año nuevo!
—Y para todos los que se encuentren ahí.
—¡Feliz año nuevo! —dijo Pedro varias veces imitando voces distintas.
Paula llevó el carrito hacia el centro de la habitación diciendo:
—Tiene un aspecto delicioso. Gracias y buenas noches.
—No olvide probar el plato principal.
—No lo olvidaré.
Ella cerró la puerta otra vez asegurándola. Pedro suspiró aliviado. Parecía que aún tenía esperanzas. Cualquier mujer que cierra la puerta con llave y con comida suficiente para varios días, en cierto modo está dando esperanzas al hombre que se encuentra con ella.
—¿Y todas esas voces que has fingido? Estás arruinando mi reputación. ¿Qué pensarán en la cocina?
—No creo que se sorprendan. No, sabiendo la clase de vestido que llevas.
—¡Otra vez! —ella lo miró con desprecio y empezó a servirse.
—Bueno, ¿cuánto tiempo hace que conoces a Leonel?
—Algún tiempo. Él solía salir con una de mis hermanas.
—¿Cuántos años tienes?
—¡Vaya, eres muy sutil!
Él se acercó y mirándola detenidamente, dijo:
—¿Ya pasas de los dieciocho?
—Tengo veintiséis.
Él no se lo creyó.
—Lo puedo jurar —dijo ella poniéndose una mano en el pecho.
—¿Y nunca has…?
—Nunca.
Pedro no sabía si creerla o no. O era más joven o no estaba diciendo la verdad. ¿Qué clase de mujer aguantaría tanto?
—¿Acaso no has podido conquistar a Leonel y has decidido intentarlo conmigo?
—No, él nunca ha estado interesado en mí. Sólo salió con mi hermana durante algún tiempo. Aún son buenos amigos, pero no están hechos el uno para el otro.
—En realidad no me importará que te sientas atraída por Leonel. No es un hombre común y las mujeres se sienten muy atraídas por él. Estoy seguro de que podría tener cualquier mujer que deseara, aun sin poseer todo el dinero que tiene. Lo único que deseo saber es a qué atenerme contigo.
—Nunca me he sentido atraída por él.
El la miró incrédulo, y ella repuso:
—Él tampoco se siente atraído por mí. Sólo somos conocidos.
—¿Y qué te estaba diciendo cuando fue a darte el vestido? ¿Cómo trataba de convencerte?
—Me estaba diciendo cosas de ti.
—Me estás tomando el pelo.
—¡Es la verdad! —repuso ella y añadió—: Prueba esto, es delicioso.
Él tomó un bocado y empezó a ver todo lo que les habían llevado. Ciertamente era para más de dos personas. En la parte de abajo del carrito de servicio, había varias botellas.
Él leyó las etiquetas.
—No hay ninguna de Alie.
—Oh —ella suspiró con desinterés.
—Eres una mujer muy extraña.
—Sí, nunca había tenido que encubrir a un extraterrestre.
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CAPITULO FINAL
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